Por Rebeca Reynaud

Este libro fue escrito probablemente en el s. III a.C. por un autor que desconocemos, pero que aparece como un maestro, así se denomina a sí mismo. Los LXX lo tradujeron por Eclesiastés.

En hebreo Qohélet puede significar el que convoca la asamblea. Plantea el valor de las realidades que vive el hombre en la tierra. La respuesta es «todo es vanidad y atrapar vientos» (Eccl 1,14). La única sabiduría válida para Qohélet no es otra que el percatarse del carácter pasajero e inconsciente de las cosas de este mundo. Trata de la futilidad de las cosas terrenas, especialmente cuando se busca la satisfacción únicamente en ellas. También hace énfasis en que la muerte hace iguales a todos los hombres.

¿Qué lugar tiene en la Biblia? Se leía en la fiesta de los Tabernáculos (Sukkot). ¿Qué fiesta es ésa? La fiesta de las tiendas, de tabernáculos, de las luces o de las chozas (sukkot) es la más espectacular. Para recordar la estancia en el desierto, cada familia se hacía una choza de ramaje en los alrededores de la ciudad (en la terraza o en la sala de estar actualmente). Había unos ritos muy populares, como la procesión de los sacerdotes a la fuente de Siloé, acompañados del pueblo que llevaba palmas, y también la iluminación de los cuatro candelabros que iluminaban toda la ciudad (cfr. Juan 8,12). Se celebra durante siete días en el mes de Tishrei (septiembre-octubre).

En una de esas fiestas de los Tabernáculos Jesús dijo: Si alguno tiene sed, venga a mí…

Peter Kreeft dice que este libro es la pregunta a la que el resto de la Biblia responde. Eclesiastés es el único libro de Filosofía de la Biblia. La filosofía es la sabiduría de la razón humana sola, sin apelar a la revelación divina. En este libro Dios guarda silencio. En el resto de la Biblia Dios habla.

Los rabinos que originalmente decidieron incluirlo en el canon de la Sagrada Escritura fueron sabios y valientes ya que la pregunta que plantea es profunda y desafiante. Lo que más necesitamos es sentido, propósito, esperanza, es decir, una razón para vivir y una razón para morir.

Mensaje central del Eclesiastés

El libro comienza y termina con “vanidad de vanidades, todo es vanidad”. “Vanidad” significa la ausencia de propósito y de sentido. La estructura del libro refleja que su contenido es circular, no va a ninguna aparte. El autor cuenta como probó al menos cinco estilos de vida diferentes. Probó la sabiduría, el placer, la riqueza y el poder; el honor y una religión externa, convencional. Cada uno falló porque era sólo una llave de este mundo, y la vida tiene una puerta de otro mundo. Era una clavija finita, y el corazón humano tiene una capacidad infinita. Eclesiastés pone al descubierto el agujero del tamaño de Dios en el corazón humano, y este agujero existe porque Dios se ha tornado irrelevante y lejano.

Este libro expone la necesidad más profunda del corazón humano de forma despiadada. Los cinco estilos de vida que intenta Eclesiastés son precisamente los cinco ensayados en todas las edades y culturas. Esas cinco características contribuyen a la vanidad. No ve nada más allá de la muerte. La vida está llena de injusticias. No hay progreso definitivo, ni esperanza ni ganancia, “nada nuevo bajo el sol” (cfr. 1, 4-11). Toda la vida es, en última instancia, vanidad.

Cristo da la solución a esta vaciedad; la muerte no es un agujero, sino una puerta; no es el final, sino el principio. Lo que se hace por Cristo durará. Construimos el Cuerpo Místico de Cristo. Nuestro ser, cuerpo y alma, serán redimidos. El amor es el significado de la vida.

Eclesiastés destaca el problema. Cristo es la respuesta. Cristo vino a vencer la muerte y el mal. Toda la Biblia lo señala de una forma u otra. Este libro nos muestra la gran verdad del dicho de San Agustín: “Nos hiciste Señor para Ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti”.

El libro invita a saborear los pequeños placeres que Dios concede al hombre, llevando una conducta honrada. Todo podría resumirse en la sentencia: «Todo está dicho: teme a Dios y guarda sus mandamientos, pues esto es todo el hombre» (Eccl 12,13-14). El hombre es responsable de sus acciones y está sometido al premio o castigo de Dios, aunque, en su época, no se entiende cómo.

 
Imagen de Daniel Allgyer en Pixabay


 

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