Por Alejandro Cortés González-Báez

Todo en este mundo —en definitiva— se mueve por amor, por desamor, por placer y por dolor. El amor puede dirigirse a los demás o a uno mismo, a la patria, a unos ideales, a Dios, a la fama, al arte, al saber, al dinero y lo que con él se compra. Puede ser: amor sincero; egoísta; patriotismo; virtud; piedad; vanidad, amor a la sabiduría o por avaricia. De igual forma podemos encontrar motivos como gula; alcoholismo; drogadicción; lujuria; como también: resentimientos; odio y venganza. El dolor puede ser físico, moral, sentimental, simple miedo, pavor, delirio de persecución, soledad; en fin, puede ir del temor más sencillo a las patologías psíquicas más complicadas.

Dentro de este inmenso panorama pasional podemos encontrar a esas personas que suelen vivir con su detector de agravios encendido todo el día. Los detectores de agravios son similares a los detectores de metales instalados en los aeropuertos. Existe, también, otra semejanza entre unos y otros, pues, así como los policías pueden ajustar el grado de sensibilidad en los busca-metales hasta hacerlos sonar por una pequeña aleación en la dentadura de los pasajeros; hay personas quienes al sentirse ofendidas en asuntos de pequeña importancia suelen armar un gran escándalo con el consabido nerviosismo y mal humor de todos los que están a su alrededor.

Es cierto que el carácter puede estar influido por motivos genéticos, educativos, climáticos y hasta por el tipo de alimentación, sin embargo, resulta evidente que hace falta el esfuerzo personal para no dejarse dominar por esa hipersensibilidad que hace sufrir al sentimental y a quienes lo rodean, pues convivir con alguien así, resulta tan incómodo como caminar por un campo minado, con la preocupación constante de hacer o decir algo que pueda ofenderlos.

La experiencia demuestra que los resentimientos o rencores son una especie de toxina que hace mucho más daño en las personas que los padecen que en los demás.

San Josemaría Escrivá anota: “No digas: ‘Es mi genio así…, son cosas de mi carácter’. Son cosas de tu falta de carácter…”. Este punto del libro “Camino” nos da mucha luz en el tema de la educación de los afectos, pues con frecuencia pensamos que una persona con mal humor tiene un carácter fuerte, cuando en realidad, su falta de dominio personal refleja una voluntad tan débil que no le permite controlarse a sí mismo.

Todos, tarde o temprano, somos víctimas de ofensas y son muy pocos quienes, por ser sinceramente humildes e inteligentes, no quedan resentidos. Por principio, todos hemos de luchar contra nuestros rencores sabiendo que el umbral de los resentimientos es distinto en cada persona. No se trata de no darnos cuenta de las ofensas que nos hagan o de no “sentir” —hasta aquí nos movemos en el ámbito sentimental— sino de decidir perdonar, pasando al nivel de la voluntad. Claro que esto es muy difícil, pero si lo conseguimos habremos dado un enorme paso en nuestra madurez y aprenderemos a vivir con una paz maravillosa.

www.padrealejandro.org

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 20 de noviembre de 2022 No. 1428

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