Por P. Alejandro Cortés González-Báez

“Felices fiestas”, dicen hoy muchos y, aunque no es incorrecto, sí resulta ambiguo el deseo. Es curioso que los cantos de Navidad en Estados Unidos sean esencialmente distintos a los villancicos de nuestros países de lengua hispana. En nuestras casas cantamos al Niñito Jesús, a María, su Santísima Madre, y a San José, a los pastores, en fin, se canta a lo que en figuritas representamos en nuestros tradicionales nacimientos.

En cambio, los cantos en inglés le cantan a la nieve, a los renos de “Santaclaus”, a las campanas, a la comida… o cuando mucho, desean “Feliz Navidad”, pero no se menciona al que nació y le da sentido a estas celebraciones. En definitiva, es un vaciar estas festividades de su sentido auténtico. Es: hacerla laica. La tendencia liberal que considera a la religión como sistema opresor, muchas veces se cuela de forma sutil en los ambientes sociales vaciándolos de contenido cristiano, como queriendo someter a Dios al arraigo domiciliario, de forma que se le prohibe asomarse a la calle.

Para quienes tenemos la dicha de tener fe en ese Dios que vino a vivir entre nosotros para salvarnos, las celebraciones religiosas a lo largo del año nos sirven para mantenernos en contacto con Él.

Saber que Dios existe no es solamente un dato cultural sino mucho más, las coordenadas de referencia para nuestra existencia. Es lo que nos permite encontrar sentido a una vida que, de lo contrario, podría quedar limitada a lo que comemos, vestimos y ejercitamos. A una vida finita que se dirige inexorablemente a una muerte que se identifica con el final absoluto, es decir, con una existencia sin sentido.

La trascendencia del ser humano a otra vida, eterna, en unión con nuestro Creador, viene a iluminar, a encender la luz para poder ver nuestra realidad con un sentido nuevo, infinitamente superior y maravilloso. Sobre todo, cuando descubrimos que ese Ser Supremo se identifica con el amor.

Muchos no entienden esto, y protestan al descubrir todo el mal que hay en la Tierra. Claro que es difícil comprender la existencia de toda esa miseria económica y cultural en la que viven miles de millones de personas. Pero eso no es culpa del que dejó este planeta en nuestras manos, sino de la mala administración que nosotros hacemos con esos bienes, al perder de vista que el mundo es de todos y no sólo de unos cuantos.

Limitarnos, por otra parte, a ver a Dios como simple Creador, sin considerar que nos tiene amor de padre y de madre -como lo señaló en varias ocasiones el Papa Juan Pablo II- nos puede llevarnos a una actitud de indiferencia y lejanía. Por el contrario, al descubrir que el Hijo de Dios se hizo hombre y nació en Belén para que podamos acercarnos sin tenerle miedo, es el principal motivo de una esperanza que puede llevarnos a ser plenamente felices a pesar de todas las dificultades por las que pasemos en esta vida.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 24 de diciembre de 2023 No. 1485

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