Por P. Fernando Pascual

En el mundo de la imagen importa lo atractivo, lo que provoca curiosidad, lo que lleva al “click”, lo que aumenta los “likes” y los reenvíos, lo que vende.

Ocurre, sin embargo, que contenidos pobres, incluso engañosos, están muy bien presentados, mientras que contenidos bellos, que alimentan el alma, tienen una presentación poco atrayente.

Algunos luchan, con motivos válidos, por unir buenos contenidos y presentaciones atractivas.

En el mundo de la evangelización, hay contenidos que arrancan del Evangelio, que nacen de una genuina experiencia espiritual, pero que no encuentran cauces para difundirse, porque falta esa habilidad técnica para presentar el mensaje con calidad gráfica, con una música atrayente, con otros elementos del mundo de Internet.

Pero no podemos exigir que todo contenido sea “vendible” a primera vista, pues en ocasiones una perla se esconde también en una ostra poco atractiva. Ni todos son especialistas en diseño digital. Como tampoco podemos pedir que un mensaje como el de Cristo Salvador quede envuelto en señuelos engañosos para aumentar los “clicks”.

Misteriosamente, con su sobriedad y su lenguaje de hace dos mil años, el Evangelio llega a los corazones. Porque lo que cambia las vidas no es solamente lo bello y sugestivo, sino lo que ofrece verdades que tocan lo más íntimo de nuestras vidas.

Por eso hoy, como ayer y como mañana, un contenido cristiano vestido con sobriedad puede ser acogido por quienes se abren a la gracia y reciben la belleza escondido de un anuncio que todos necesitamos: Dios nos ama y nos ofrece su misericordia a través del misterio maravilloso y lleno de contradicciones de su Hijo encarnado por nuestra salvación…

 
Imagen de Edar en Pixabay


 

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