Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

En medio de las dificultades, incomprensiones y persecuciones, Jesús invita a mantener la esperanza y la paciencia con una absoluta responsabilidad (Lc 21, 5-19).

Estos males habrán de acontecer, hasta la consumación de la historia, previamente a su venida gloriosa con gran poder y majestad de su Parusía.

Esperar siempre en vigilancia orante, en medio de las calamidades naturales y de los dramas humanos, a veces tan dolorosos y terribles, como el azote del narcotráfico y los egos inflados de los poderosos ajenos a toda lágrima y compasión.

Que el futuro no nos asuste por más trágico y oscuro que pareciere, porque Cristo Palabra y Acontecimiento de salvación, ha asumido la Historia; él es el Alfa y la Omega, su principio y su fin (cf Ap 1, 8).

Nuestra existencia cristiana se mantiene en tensión de llegar un día al encuentro glorioso con el Resucitado, para resucitar con él y por él. Por eso ya hemos de vivir con el gozo de resucitados, porque el bautismo es sacramento de resurrección como la eucaristía. ‘Si hemos resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios…’(Col 3,12).

Cristo mismo es el fundamento último de nuestra esperanza, que está más allá de los límites de esta vida de todos los días.

Por eso no seamos ingenuos. En las crisis recurrentes, se proponen caminos nuevos de salvación y mesías chafas.

Los momentos difíciles no son para perpetuar la queja y la desesperación. Los seguidores de Jesús están llamados a ser humildes testigos del amor, como proyecto divino. Por eso la paciencia y la confianza total en el Señor quien ya ha vencido al mal y al maligno, nos invita a perseverar ante los retos y las horas inaguantables, con paz y lucidez, aunque ‘no quede piedra sobre piedra, porque todo será destruido’, porque no se escuchó la voz de Dios, ni el clamor de los pobres.

En tiempos de crisis no se puede vivir de negatividades, de victimismos ni de resentimientos.

Es inviable una vida de los sembradores de odio, de los que cosechan las divisiones, maestros de la desconfianza.

Es improcedente anticiparse al juicio de Dios, que vendrá, porque es el juez de última y escatológica instancia.

La esperanza nos anima. ‘Si nos fatigamos y luchamos es porque tenemos puesta la esperanza en el Dios vivo (1Tim 4,10).

Ante las crisis, nada de lamentos, nada de invectivas, nada de desesperaciones; solo la esperanza, la paciencia y la responsabilidad de la comunión.

Imagen de Roberto Lee Cortes en Pixabay


 

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