Cuando los adolescentes comienzan a tomar decisiones propias, pueden caer en la indiferencia, o más aún, en una situación cómoda o perezosa.

 

Las estadísticas sobre la situación de los jóvenes en México resultan alarmantes y preocupantes para muchos. Hace unos días circuló la siguiente noticia: «México, lleno de ‘ninis’, es el tercer país con más jóvenes desocupados».

Los «ninis» son aquellos jóvenes o adolescentes que ni estudian ni trabajan. La Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), a la cual México pertenece, reveló en su informe «Panorama de la educación 2013» que 24.7 por ciento de los jóvenes de 15 a 29 años en 2011 son «ninis» y consideran que esto se debe a una «falla estructural» y que es una «tragedia individual».

Está claro que no ven el problema de fondo. Lo que le pasa a estos jóvenes va más allá de una simple ayuda por parte del gobierno, las empresas o las autoridades educativas; mientras ellos no tengan las ganas y la convicción de cambiar su forma de vida, nadie podrá hacer algo por ellos.

Ninguna o pocas veces estas organizaciones mencionan que el problema viene desde la familia, que la falta de una buena orientación familiar arroja estos resultados. Mientras los chicos no crezcan en un ambiente de fortaleza, de valores, siempre serán indiferentes.

 

FALTA DE FORTALEZA

Quejarse y permitir que los hijos se quejen es crear un ambiente en contra del sentido de la fortaleza. Esta es una costumbre muy difundida en nuestra época. La fortaleza supone aceptar lo que nos ocurre, no pasivamente, con deseos de sacar algo bueno de las situaciones dolorosas.

Los tres vicios que se oponen a la fortaleza son el temor, la osadía y la indiferencia.

Son indiferentes las personas que, por no reconocer su deber de mejorar o por no reconocer o querer enterarse de las influencias perjudiciales, adoptan una actitud pasiva, cómoda o perezosa.

Existe una tendencia en algunos padres a proteger y sustituir a los hijos en los esfuerzos que deberían realizar ellos, de tal modo que los hijos no aprenden más que a recibir. Estos padres están criando a un futuro indiferente.

Para que los hijos no lleguen a ser indiferentes en la vida, habrá que exigirles esfuerzo desde muy pequeños; esfuerzo en resistir.

También hace falta paciencia, que es «la virtud que inclina a soportar sin tristeza de espíritu ni abatimiento de corazón los padecimientos físicos y morales». Los vicios contrarios son la impaciencia y la insensibilidad.

Cuando los adolescentes comienzan a tomar decisiones propias, pueden caer en la indiferencia, rechazando las opiniones y posturas de los demás pero sin ser capaces de llegar más allá del rechazo. De esta manera, cualquier persona con intención puede moverlo, porque no será fuerte. Si el adolescente no tiene desarrollados los hábitos relacionados con la fortaleza, aunque quiera mejorar, no será capaz de aguantar las dificultades.

La única manera de asegurarnos que los hijos sobrevivan como personas humanas, dignas de ese nombre, es llenarles de fuerza interior, de tal modo que sepan reconocer sus posibilidades, y reconocer la situación real que los rodea para resistir y acometer, haciendo de sus vidas algo noble, entero y viril.

Redacción

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