Eugenio Lira Rugarcía, Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM |

4 de noviembre |

Hoy celebramos la memoria de san Carlos Borromeo, nacido en Arjona (Italia) en 1538. Desde joven fue tan responsable y estudioso, que a los 21 años obtuvo el doctorado en derecho. Su tío, el Papa Pío IV, admirado de sus grandes cualidades, lo nombró secretario de Estado.

Más tarde, san Carlos se hizo sacerdote, y luego fue ordenado obispo cuando contaba con 25 años de edad. Hecho arzobispo de Milán, participó activamente en el concilio de Trento, cuyas indicaciones puso en práctica.

Visitó toda su diócesis; convocó sínodos provinciales y diocesanos; fundó seminarios para formar buenos sacerdotes; construyó hospitales y destinó las riquezas que heredó de su familia al servicio de los pobres; renovó la vida religiosa e instituyó una nueva congregación de sacerdotes seculares: los Oblatos. También fundo colegios y la Universidad de Brera (1572).

A los obispos de la región lombarda les exhortaba: “hemos sido llamados a participar en la obra de la salvación… el amor debe ser el maestro de nuestro apostolado”. El beato Juan Pablo II, que fue bautizado con el nombre de “Carlos”, decía que la vida de san Carlos Borromeo podía sintetizarse así: “…Pastor santo… maestro iluminado… prudente y sagaz legislador”.

De san Carlos, Benedicto XVI afirmaba que es modelo de pastor, “por su caridad, por su doctrina, por su celo apostólico y… por su oración”.  “Las almas –decía san Carlos– se conquistan de rodillas”; es decir, con la plegaria dirigida a Dios, creador amoroso de cuanto existe, salvador misericordioso de la humanidad y santificador generoso que todo lo puede.

Este gran santo, que procuró siempre buenas amistades, como san Pío V, san Francisco de Borja y san Felipe Neri, fue llamado a la vida eterna el 4 de noviembre de 1584. Ojalá su ejemplo nos motive a procurar que todo lo que sabemos y tenemos lo pongamos inteligentemente al servicio de los demás.

 

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