ESPIRITUALIDAD DEL CINE | Luis GARCÍA ORSO, S.J. |

El reconocido fotógrafo social Sebastiao Salgado (nacido en 1944, en Minas Gerais) ha sido testigo cercano de acontecimientos relevantes y dramáticos de la historia reciente en diversos puntos del planeta: hambrunas, desplazamiento de refugiados por la violencia y la guerra, condiciones infrahumanas de trabajadores de minas o de pozos petroleros. Sus fotografías han conmocionado, emocionado y molestado; quizás a ninguno han dejado indiferente. Su hijo Juliano lo convenció de contar su vida y su obra en una película documental, apoyado por el afamado director de cine Wim Wenders. El resultado en intensos 110 minutos es La sal de la tierra.

El documental sigue el orden de la obra fotográfica, desde que el joven Sebastiao, recién casado con Léila, sale en 1969 de Brasil a Francia para hacer estudios especiales en Economía, y luego en 1974 cambia su trabajo de economista en fotógrafo autodidacta. Indígenas de los Andes y de Tarahumara y campesinos sin tierra del Nordeste de Brasil serán sus primeros amigos cercanos, conviviendo largamente entre ellos, aprendiendo a recoger el rostro y la fuerza moral que las personas le ofrecen. Después, como miembro de la organización Médicos sin Fronteras, Salgado irá a Etiopía y a Sudán, y los espectadores del filme empezaremos a conmovernos y llorar frente a tantos niños y mujeres muriendo de hambre. Llevados por Salgado, algo va sucediendo en nuestro interior que nos hermana con los más pobres de la tierra y que nos interpela por la desigualdad injusta y lacerante que vivimos en el mundo.

Pero la vergüenza y el dolor por el absurdo de la guerra y la violencia tocan extremos impensables cuando Salgado pasa los años 1993-1997 documentando la huida de Ruanda de los tutsis para escapar del salvaje asesinato por los hutus, el asentamiento de millones de personas en campos de refugiados en Zaire, y la muerte también por hambre y cólera. Sebastião mismo confesará sobre esta etapa de su vida: “Ya no creía en nada. No creía en la salvación de la especie humana. No podíamos sobrevivir así. No merecíamos vivir más…¿Cuántas veces tiré al suelo la cámara para llorar por lo que veía?”. 

Salgado ha sentido, sufrido, palpitado con la condición humana, en su miseria y en su grandeza, en la vida y en la muerte. Y si un fotógrafo es alguien que “escribe y reescribe el mundo con luces y sombras”, si es un artista y un explorador, en medio de su desesperanzada crisis Salgado regresa a su tierra y su casa natal, abandonadas por la sequía. Como si oyera al Creador, se siente movido a replantar la tierra y hacerla fructificar, a redescubrir la belleza de la creación ahí donde el hombre no ha impuesto su violencia y su devastación. Génesis es este último proyecto, que el fotógrafo comparte con la humanidad para volver a creer en la capacidad transformadora y solidaria que tenemos como humanos. “Al fin y al cabo, las personas son la sal de la Tierra”.

 

 

Por favor, síguenos y comparte: