POR JORGE E. TRASLOSHEROS – Obras y razones

Francisco nos sorprende cada día con su calidez pastoral y la firmeza con que conduce la Iglesia. En días pasados anunció la publicación de su primera encíclica, escrita con Benedicto XVI, su visita pastoral a la isla de Lampedusa, donde rezará con y por los miles de migrantes, y se comunicaron las inminentes canonizaciones de Juan XXIII y Juan Pablo II.

Sin embargo, el anuncio que más impactó a la opinión pública fue la creación de una comisión para la reforma del Instituto de las Obras Religiosas (IOR), el llamado «banco» vaticano. El asunto importa porque la Iglesia está obligada al testimonio y la revisión de su andadura, precisamente por estar formada de imaginativos pecadores. Bien se dice: Ecclesia Semper Reformanda.

El IOR no es un banco, sino una entidad financiera que realiza, en palabras de su presidente Ernst Von Freyberg, dos acciones básicas: recibe depósitos en custodia y los coloca ahí donde el inversor le mande, aunque sean los lugares más inhóspitos. Es una institución muy pequeña, altamente especializada, con capital limitado y una cartera de clientes que no pasa de diecinueve mil personas jurídicas de naturaleza religiosa. Una institución necesaria, dijo Francisco hace poco.

El IOR fue fundado por Pío XII en 1942. Funcionó como entidad más bien particular lo que, conforme la globalización financiera creció, le dejó a merced del escándalo. Por eso, en 1990, Juan Pablo II le constituyó en persona jurídica de derecho público como un primer paso a su reforma, la cual fue truncada por Sodano. Benedicto retomó el asunto consiguiendo avances importantes, incluido el nombramiento del nuevo director, arriba mencionado, dos días antes de retirarse. Logró que operara en orden a alcanzar los más altos estándares internacionales de eficiencia y transparencia.

Francisco continúa el proceso retomando dos señalamientos de la encíclica Caritas in Veritate, de Benedicto XVI: uno, la eficiencia técnica es un aspecto esencial en obras de caridad altamente especializadas, y dos, dicho al denunciar la crisis internacional, no puede haber divorcio entre economía y ética, por lo cual los principios del Evangelio también deben impregnar estas actividades.

Para Francisco la obligación del testimonio evangélico es parte de la indispensable eficiencia técnica. Por tal motivo, nombró una comisión directamente vinculada a su persona para recoger información sobre la situación jurídica y operativa del IOR, con el objetivo de «permitir, en caso de ser necesario, una mayor armonización de las mismas con la misión universal de la Sede Apostólica».

La comisión está presidida por el muy experimentado especialista en procesar información Cardenal Rafaelle Farina. Entre sus miembros destaca Mary Ann Glendon, prestigiada jurista de Harvard, presidenta de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales y mujer de confianza de tres papas, contando Francisco. Ya en otras ocasiones ha hecho equipo con Carl Anderson, uno de los cuatro «comisarios» del IOR y artífice de la destitución del anterior presidente, Etore Tedeschi, por falta de confianza en su gestión. Los he visto trabajar juntos. Son comprometidos, eficientes y altamente profesionales.

Por cierto, a raíz del anuncio de la Comisión, el director y vicedirector del IOR renunciaron, posibilitando así la renovación del cuerpo directivo. El pontificado de Francisco levanta vapor.

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