Por Mónica Muñoz /

“La verdad no peca pero incomoda”, reza sabiamente el dicho popular, y por supuesto se refiere  a ser sinceros en todos los ámbitos de la vida, pues no podemos pretender que la mentira se sostendrá para siempre  sin ser descubierta.

Y es que detengámonos un momento a reflexionar: mentir se ha hecho un hábito muy común y ya ni duele.  Si no, echemos un vistazo a la publicidad engañosa, a las promesas de campaña de algunos políticos, a los compromisos no cumplidos de la gente común que toma una decisión y a la mera hora se echa para atrás, a tantas y tantas acciones que desdicen las palabras empeñadas sólo para salir del paso.

Pero vayamos con más calma, según la Biblia, ¿cuál fue la mentira más antigua? En el Génesis se narra que Adán y Eva tuvieron dos hijos, Caín y Abel.  Uno dedicado al cultivo de la tierra y el otro al pastoreo.  La historia dice que ambos ofrecieron sus primicias al Señor, pero los dones de Caín no le fueron gratos, por lo que da muerte a su hermano. Dios, entonces, pregunta al asesino, “¿Dónde está tu hermano?”, la respuesta fue: “No lo sé, ¿Acaso soy el guardián de mi hermano?” (Gen. 4, 1-9)

¿Por qué se miente con tanto descaro?  Una chica platicaba que cuando en México hubo una epidemia de gripe aviar, las empresas dedicadas a producir pollo y huevo tuvieron que tomar medidas extremas para evitar el contagio de sus animales.  Cuando hubo pasado la emergencia, quedó la desconfianza en los consumidores respecto al origen de los  productos, por eso, cuando preguntaban si eran de determinada marca, los comerciantes, con tal de no perder la venta decían que no.

Un  chico conoce a una hermosa joven con la que inicia una relación y pasado el tiempo le pide matrimonio.  Pero cuando inician los trámites la muchacha descubre que su príncipe azul ya era casado.

Alguien tiene una cita importante y pide la opinión de otra respecto a su atuendo, que, francamente, le queda muy mal, sin embargo, en lugar de decirle que se cambie de ropa le dice que se ve muy bien.

Y por ejemplos no paramos, pero la realidad es que ya no hay límites para las mentiras. La transparencia de la verdad pareciera ser una maldición y no lo contrario.  Si acostumbrásemos a decir las cosas como son, quizá la primera reacción resultaría adversa: enojo, incomodidad, decepción.  Pero al final, el agradecimiento tendrá que aflorar, porque a nadie le gustan los engaños.  Es preferible conocer la verdad y sufrir un momento que vivir la mentira y causar daños que pudieran ser irreparables.

Ahora detengámonos a pensar: ¿de dónde proviene la mala costumbre de mentir?  Aunque usted no lo crea, de los padres de familia.  Resulta que hablan por teléfono y contesta el hijo de 6 años.  Es un cobrador, preguntando por la mamá. “¿Quién es?” Inquiere ella en voz baja, “un cobrador”, responde el pequeño imitando a su madre, “Dile que no estoy”, ordena ella.  La escena podría ser un clásico de las leyendas urbanas, pero así es estimados amigos, los papás siembran la mentira en sus jóvenes aprendices, porque esos son los hijos, neófitos en el negocio de la vida que todo esperan y aprenden, hacen suyas las vivencias de esos seres que han sido escogidos por Dios para guiarlos por el camino del bien en este mundo.

Por eso no nos sorprendamos, el vicio de omitir la verdad lo traemos como “envasado de origen”, si se le puede llamar así.  Ah, porque no nada más es echar mentiras, también es no decir la verdad, por eso utilicé la palabra omitir.  Quienes somos cristianos católicos, hacemos un acto de contrición al inicio de la Misa en el que nos acusamos ante Dios y la asamblea de haber pecado de pensamiento, palabra obra y omisión.  No obstante, considero que ha perdido sentido esa palabra. Omitir es tan grave como hacer.  Alguien es contratado para levantar un edificio pero para ahorrar costos y ganar más dinero utiliza  materiales de baja calidad, lo que puede poner en riesgo la construcción en caso de un temblor.  Pero no dice nada, entrega la obra y a los pocos años ocurre la desgracia, triste consecuencia de un pecado de omisión.

Por eso, apliquémonos para ser veraces, las verdades a medias también son mentiras,  es preferible cien veces ser claros y ganar el respeto y la confianza de la gente que mentir por quedar bien, conducta que, a la larga, causará mucho dolor.

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