El Cardenal hondureño Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa yu presidente de Cáritas Internationalis, expresó que una de las prioridades para el relanzamiento de la Misión Continental implica «difundir el Evangelio con decisión y audacia para enfrentar los desafíos y aprovechar las oportunidades de las circunstancias contemporáneas».

En la ponencia que presentó el tercer día de la Peregrinación Encuentro «Nuestra Señora de Guadalupe, Estrella de la Nueva Evangelización en el Continente Americano», que se realiza en la Basílica de Tepeyac, el arzobispo se refirió a la complejidad cultural de la región latinoamericana por las «identidades múltiples y combinadas» que la conforman.

Rodríguez Maradiaga comentó que a causa de los resabios integracionistas, hablar de una sola América es algo que permanece en «un menú de deseos apetecidos, pero todavía no alcanzados, pero no debemos renunciar a la idea de la integración latinoamericana a pesar de las diferencias»; y abundó diciendo que la “imposición, la oposición y la supresión” que caracterizó la evolución cultural de los pueblos de América, hacen difícil hablar de una identidad pura en las sociedades latinoamericanas, por lo que habría que señalar distintos «niveles de identidad».

Entre estos, señaló algunos elementos operan como «universales culturales» en América Latina: la fe cristiana católica y la preponderancia de la lengua castellana y portuguesa, que se implantaron en la conquista-colonia y se consolidaron en la independencia, contribuyendo a forjar un “imaginario” latinoamericano común. Y añadió otros elementos:

«La pobreza, la violencia y la inseguridad, así como el incremento anual del Producto Criminal Bruto, que es otro factor que se ha infiltrado transversalmente en nuestro compartido espacio cultural latinoamericano»; juntamente con la dependencia económica de las potencias mundiales y la explotación de los recursos naturales, la concentración de las riquezas, de la propiedad de la tierra, el poder y hasta la educación en manos de un sector privilegiado de la sociedad, siguen siendo rasgos comunes y vergonzosos de Latinoamérica».

También indicó que «el descontento y el enfrentamiento constante”, a consecuencia de las desigualdades, generan violencia, sufrimiento y deterioro de las condiciones de vida, en vez de lograr cambios significativos que eleven la calidad de vida en las sociedades latinoamericanas».

Así las cosas, el Cardenal Rodríguez Maradiaga, aseveró que «relanzar la misión continental exige decisión, y es fundamental entender, juzgar y atender las circunstancias contemporáneas vistas como desafíos y oportunidades, haciéndolo con audacia».

Planteó que después de Aparecida y en consonancia con el “fenómeno Francisco”, la misión de la Iglesia en América Latina debe “promover una cultura de la vida mediante la construcción de una nueva ecología humana, discernir y aprovechar la mística y religiosidad de nuestros pueblos; dar continuidad a un trabajo teológico de mayor ecuménico; renovar las Comunidades de Base como alternativa de  renovación pastoral; potenciar la opción por los jóvenes para que se arraiguen y crezcan en la fe; revalorar el primado de la gracia y el diálogo permanente con la cultura”.

Consideró que de ser así, “la gran Misión Continental asegura el papel de la Iglesia como mediadora, servidora, educadora, liberadora y santificadora de la realidad continental de América”. “Para ello es necesario disponer, contar, preparar, nutrir, ejercitar y fortalecer un corazón renovado por la “conversión pastoral”.

Si el Verbo de Dios se hizo «historia y cultura», como dijo el Papa Emérito Benedicto XVI en Aparecida, «la Iglesia no puede pretender eximirse de su mundanidad, de su ubicación histórica y cultural. No puede, por lo tanto, declarar por adelantado los detalles de la realización del Reino de Dios».

Recalcó que los cristianos podemos seguir pensando que no hay nada superior al Misterio de Cristo, siempre que se entienda que ese misterio se cumple de alguna manera en todas las culturas y a lo largo de una historia que aún no termina y que no alcanzará su fin más que en términos de hermandad universal.

También enfatizó que la fe enseña que Dios «se hizo pobre», no sólo hombre, sino hombre que vive, siente, piensa, reza y actúa como un carpintero e hijo de carpintero. «Sostengo que el cristianismo, en nuestra sociedad pluralista, no tiene que invocar superioridad teórica alguna, pues el  Misterio de Cristo se practica, se verifica allí donde la Iglesia califica la convivencia con su solidaridad, con los crucificados por la política y por una democracia expropiada por los más poderosos», expresó.

«Que éste sea un aporte verdadero a nuestra sociedad es cuestión de ‘fe’ en la fraternidad. Pues quien opta por los pobres supera el régimen fratricida que Cristo, en principio, venció en la Cruz. El misterio del Hijo lo viven todos los que comparten la creación, los bienes y las oportunidades, como hermanos».

Insistió en que el éxito de toda contribución de la Iglesia a la sociedad pluralista contemporánea pasa por la calidad de catolicismo vivido y practicado. «Influir  en sus instituciones el fuego de una caridad creativa, solidaria y siempre heroica requiere de una conversión pastoral de nosotros los Obispos, de los sacerdotes, religiosos y de todos los católicos», porque  «La gran Misión Continental supone, envuelve, implica y hasta ‘complica’ la vida de todos».

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