Por Fernando Pascual, sacerdote |

Unas personas de un grupo cometen una serie de graves delitos. Otras personas de otros grupos reaccionan con una rabia supuestamente justificada no sólo contra las personas concretas que cometieron esos delitos, sino contra todo el grupo al que pertenecen.

Lo anterior ocurre con más frecuencia de lo que imaginamos, en situaciones locales o circunscritas y en situaciones que afectan a veces a toda una nación o una raza.

¿El gobierno de un país ataca a otro país? Se genera un odio hacia cualquier ciudadano del país agresor, incluso hacia aquellos que están contra la guerra. ¿Unos banqueros abusan de los intereses? Aparecen grupos de personas que atacan a todos los banqueros sin distinciones.

Lo anterior ha ocurrido y ocurre a nivel religioso. Por eso en el pasado hubo quienes maltrataron a los miembros de una religión de usureros porque en esa religión había algunos prestamistas que practicaban la usura. O se perseguía y se mataba indiscriminadamente a los miembros de otra religión porque algunos sacerdotes de esa religión trataban con frecuencia con los ricos.

Hay quienes justifican este tipo de comportamientos como reacciones espontáneas y casi inevitables en los grupos humanos. ¿No pasa algo parecido incluso en el mundo del deporte, entre aquellos hinchas de un equipo que atacan a todo el que lleve la bandera del otro equipo?

Más allá de las explicaciones que puedan encontrarse ante estos fenómenos, detrás de los mismos se esconde una raíz perniciosa: el deseo de vengarse de grupos hasta dañar a inocentes indiscriminadamente, al olvidar que las culpas son personales y no de los grupos.

Ese fondo no puede encontrar nunca justificaciones ni atenuantes en el hecho de que entre “ellos” había delincuentes o enemigos. Las culpas individuales son de las personas, y no deben imputarse arbitrariamente a todos los miembros de un grupo.

Por eso toda agresión indiscriminada contra los miembros de un grupo humano simplemente por el “delito” de pertenecer a tal grupo no puede encontrar nunca ni justificaciones ni atenuantes, pues nadie tiene derecho a perseguir a un inocente.

Quien es culpable merece ser castigado, como también merece castigo quien daña a inocentes desde rabias colectivas injustificadas. Vale la pena recordarlo, cuando hay quienes todavía insisten en culpas colectivas que no lo son, y quienes promueven agresiones contra inocentes con la falsa excusa de la rabia generada a causa de los delitos de algunos particulares.

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