Gilberto Hernández García |

El clima de violencia e inseguridad que sufre el país parece no tener fin. Esta situación ha sido generada, en gran medida, por el crimen organizado, pero no es la única explicación: violento y lacerante también es el sistema económico que empuja a miles a la pobreza, a la calle, a tener que emigrar, que frustra los deseos de educación, salud, vivienda, esparcimiento… Y también se vive, con sus dimensiones propias, al interior del hogar, en la escuela, en el barrio, en las relaciones personales.

Los obispos mexicanos decían en su carta pastoral Que en Cristo nuestra paz, México tenga vida digna: “Nos interpela el dolor y la angustia, la incertidumbre y el miedo de tantas personas […] Nos preocupa además, que de la in­dignación y el coraje natural, brote en el corazón de muchos mexicanos la rabia, el odio, el rencor, el deseo de venganza y de justicia por propia mano”.

Esa es la tentación siempre presente: hacerle frente al mal con mal, a la violencia con más violencia, recurrir a la lógica de la ley del talión,  “ojo por ojo, diente por diente”.

“No resistan al mal…”

Ante esta situación, un camino viable es el que nos brinda la no-violencia activa, partiendo de la idea de que, en gran medida, las raíces de la violencia están dentro de cada uno de nosotros, así como las soluciones para superarla y construir un mundo más justo y pacífico.

Este 30 de enero, por iniciativa de la ONU se celebra el Día escolar por la No-Violencia y la Paz, en recuerdo del asesinato de Mahatma Gandhi, líder del movimiento de la Independencia de la India y pionero de la filosofía y la estrategia de la no-violencia activa.

Pero la no-violencia es un valor evangélico, que hunde sus raíces en la misma práctica de Jesús y que se condensan, de alguna forma en la sentencia: “No resistan al mal” (Mt 5,39); cuyo sentido pleno bien puede ser: “No resistan al mal con el mal”.

La idea central no invita a cruzarse de brazos ante el mal y la violencia que se nos propina, sino de responder a la violencia con la no-violencia activa: con la bondad, la mansedumbre y el amor; actitudes que en la misma vida de Jesús tienen una fuerza pacificadora, redentora, y que invita  a la conversión del violento.

Dicen los actuales promotores de la no-violencia que una de las mayores crisis espirituales de nuestros días tiene como raigambre el impulso de poner nuestra fe en el poder de la violencia más que en la fuerza del bien, rendirnos ante la violencia olvidando que la humanidad, con capacidad tanto para el amor como para la crueldad, ha sido creada a imagen y semejanza de un Dios bueno.

Gandhi, precursor del pacifismo moderno y apóstol de la no-violencia, entendió este recurso como no-cooperación con los poderes que generan y promueven el mal, como desobediencia civil y repudio activo a todo servilismo, en aras de la libertad y la determinación pacifica de los pueblos.

A pesar de que muchos desestiman este camino de la no-violento para la solución de conflictos y le apuestan al terrorismo, a la venganza y al aplastamiento de “extraño incómodo”, la no-violencia no ha fracasado; todavía tiene que ser realizada en su sentido más pleno. Las personas que han comprometido sus vidas en la resolución pacífica y no-violenta de los conflictos pueden enseñarnos mucho, siempre y cuando estemos dispuestos a escuchar y aprender.

Como cristianos necesitamos reivindicar nuestro papel de constructores de paz y promotores de reconciliación; desafiar los patrones de violencia y abrirnos a la gracia transformadora del Dios no-violento, asumiendo el llamado evangélico a construir relaciones fraternas y justas, basadas en el respeto, la bondad, la misericordia y la búsqueda del bien común.

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