Por Julián López Amozorrutia, rector del Seminario Conciliar de México |

Entre las notas personales que más claramente se reflejan del Papa Francisco en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium es su comprensión de la misericordia como el centro del Evangelio. Lo menciona desde el inicio: «Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia» (n.2).

Para entender esta insistencia, basta remitirse a su propio lema episcopal: «Miserando atque eligendo». Se trata de una expresión que se encuentra en la Homilía de san Beda el Venerable que se reporta en la fiesta del evangelista san Mateo. En el momento de llamarlo, el Señor lo eligió teniendo misericordia de él.

En el documento, destaca en primer lugar la primacía de la misericordia en la totalidad de la vida cristiana. Argumentando que no puede descuidarse la integralidad de la fe, poniendo el acento en cuestiones secundarias pero eventualmente periféricas, que no se entienden sino en el marco global de la fe, recuerda que para santo Tomás de Aquino la misericordia es la mayor de las virtudes, «ya que a ella pertenece volcarse en otros y, más aún, socorrer sus deficiencias» (n.37, citando la Suma Teológica, II-II,30,4). El anuncio del Evangelio, por lo tanto, tiene que darle su lugar central.

Ella implica también seguir con paciencia los procesos personales de conversión. «Sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día». Y a tal propósito, recuerda a los sacerdotes «que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor que nos estimula al bien posible» (n.44).

Señalando que la salvación es obra de la misericordia de Dios, que se nos ha comunicado en Jesucristo, la misma identidad de la Iglesia se explica como un servicio a la esperanza: «La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio» (n.114). Del mismo modo que Dios ha sido compasivo con nosotros, la misericordia debe mover a cada cristiano. «Así como la Iglesia es misionera por naturaleza, también brota ineludiblemente de esa naturaleza la caridad efectiva con el prójimo, la compasión que comprende, asiste y promueve» (n.179).

En particular, su doctrina sobre la misericordia se concentra al hablar de la dimensión social de la evangelización. «El imperativo de escuchar el clamor de los pobres se hace carne en nosotros cuando se nos estremecen las entrañas ante el dolor ajeno». Y relee entonces diversos pasajes bíblicos sobre la misericordia. «Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia» (Mt 5,7). «Hablen y obren como corresponde a quienes serán juzgados por una ley de libertad. Porque tendrá un juicio sin misericordia el que no tuvo misericordia; pero la misericordia triunfa en el juicio» (St 2,12-13). «Tengan ardiente caridad unos por otros, porque la caridad cubrirá la multitud de los pecados» (1P 4,8).

Mostrando cómo, además, éstos y otros pasajes del Antiguo Testamento tuvieron un fuerte impacto en los Padres de la Iglesia, retoma como ejemplo un texto de san Agustín: «Así como, en peligro de incendio, corremos a buscar agua para apagarlo, del mismo modo, si de nuestra paja surgiera la llama del pecado, y por eso nos turbamos, una vez que se nos ofrezca la ocasión de una obra llena de misericordia, alegrémonos de ella como si fuera una fuente que se nos ofrezca en la que podamos sofocar el incendio» (n.193, citando De catechizandis rudibus, I,XIV,22).

Es indiscutible que con este tema, el Papa Francisco se ubica en el corazón del Evangelio. Sabiendo contemplar la obra de misericordia realizada en Cristo, entendemos la vocación de la Iglesia en general y de cada cristiano en particular a emprender una existencia caracterizada por la misericordia. Nos reconforta la idea de que nunca es demasiado tarde como para empezar.

Publicado en el blog Octavo Día, de El Universal (www. eluniversal.com.mx), el 7 de febrero de 2014. Reproducido con autorización del autor: padre Julián López Amozorrutia. 

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