Por Felipe de J. Monroy, Director de Vida Nueva México |
México y Estados Unidos comparten una frontera de más de 3,000 kilómetros que desde mediados del siglo XX es una línea manchada de sangre, horror y lágrimas. El incesante flujo de migrantes hacia el vecino del norte siempre ha sido un problema mayúsculo para las autoridades de ambos países y aunque es urgente una legislación que atienda con calidad humana este fenómeno, el drama persiste e interpela a las conciencias de todas las esferas de la sociedad.
El pasado 1 de abril, obispos norteamericanos celebraron una misa por los 6,000 migrantes fallecidos en la frontera; fue la clausura a una visita que realizaron por los diferentes espacios fronterizos que, además, también son testigos de la esperanza en el ‘sueño americano’ y de la caridad que se apresta ante la epopeya de la humanidad errante.
Allí, el cardenal Sean Patrick O’Malley, arzobispo de Boston, apuntó: “Estamos aquí para ser vecinos y para encontrar nuestro prójimo en las personas que sufren y que arriesgan sus vidas y a veces la pierden en este yermo y este despoblado… El papa Francisco siempre nos está animando para que vayamos a la periferia a buscar nuestro prójimo en los lugares de soledad, de dolor y de tinieblas… Los inmigrantes siempre son gente joven, llena de vida, con el deseo de trabajar, de superarse, de ganar una vida mejor para sus hijos. ¡Eso no es un crimen, ese es un valor!”
En la frontera de Nogales, los obispos quisieron orar por los muertos, los expatriados, los lisiados y los despojados de sus familias allí en donde sus dramas se acumulan como las cruces de madera sobre la barda fronteriza. Hicieron bien en llamarla “nuestra Lampedusa” haciendo referencia a esta isla entre África e Italia, que es la puerta de entrada al continente europeo y donde también perecen miles de migrantes.
En un momento especialmente sensible, tanto los obispos de EE.UU y como los de México quieren poner el acento en el sufrimiento humano que provoca esta particular búsqueda de oportunidad y saben que este problema es provocado por un sistema migratorio fracasado y por sistemas económicos excluyentes. EE.UU ha compartido la vergüenza que reconoce Italia, en Lampedusa, o España, en Ceuta. Sin embargo, México también debe sentir esa vergüenza, no solo por su frontera sur también marcada por vejaciones y abusos, sino por las rutas migratorias que traspasan el país. Son nuestra larga y oscura frontera errante a la que se le llama simplemente “la ruta del infierno”, kilómetros y kilómetros de caminos ensangrentados, hostiles e indolentes.
Afortunadamente, en esos oscuros senderos hay farolas de luz y de cobijo, son las casas de migrantes, las acciones humanitarias de comunidades y poblaciones; débiles candiles que no hablan por la compasión de toda una nación sino de la grandeza de la misericordia cuando brilla en el corazón de algunos pocos actos heroicos. @monroyfelipe