OCTAVO DÍA  | Por Julián López Amozorrutia |

Anclada sobre una antigua fiesta judía de carácter agrícola, que se convirtió en memoria también de la Alianza, el Pentecostés cristiano recuerda la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles, cincuenta días después de la resurrección de Jesús. De acuerdo con el Evangelio según san Juan, el don del Espíritu está íntimamente relacionado al perdón y a la paz (cf. Jn 20,19-23).

La reflexión teológica sobre el Espíritu Santo ha conocido un notable florecimiento en las últimas décadas. Como catequesis magisterial, destaca la serie de audiencias papales dedicadas por Juan Pablo II al tema, desde abril de 1989 hasta junio de 1991. Una de las últimas, la del29 de mayo de 1991, consideró al Espíritu Santo como fuente de la paz.

Iniciaba con una constatación: «La paz es el gran deseo de la humanidad de nuestro tiempo. Lo es de dos formas fundamentales: la exclusión de la guerra como medio de solución de las diferencias entre los pueblos -o entre los Estados- y la superación de los conflictos sociales mediante la realización de la justicia. ¿Cómo negar que la difusión de estos sentimientos representa ya un progreso de la psicología social, de la mentalidad política y de la misma organización de la convivencia nacional e internacional? La Iglesia que -especialmente frente a las recientes experiencias dramáticas- no hace sino predicar e invocar la paz, no puede menos de alegrarse cuando constata los nuevos logros del derecho, de las instituciones sociales y políticas y, más a fondo, de la misma conciencia humana acerca de la paz» (n.1).

Pero ahí mismo manifestaba la insuficiencia de la aspiración humana. «Persisten también en nuestro mundo conflictos profundos que son el origen de muchas disputas étnicas y culturales, además de económicas y políticas. Para ser realistas y leales, no se puede menos de reconocer la dificultad, es más, la imposibilidad de conservar la paz sin un principio más elevado que actúe profundamente en los ánimos con fuerza divina. Según la doctrina revelada, este principio es el Espíritu Santo, que comunica a los hombres la paz espiritual, la paz íntima, que se expande como paz en la sociedad» (nn. 1-2).

La catequesis subraya la relación entre la paz y el perdón de los pecados, así como entre la paz y el amor. Aunque vuelve a sus repercusiones sociales, insiste en la base íntima de su posibilidad. Como fruto del Espíritu, se contrapone a las obras de la carne, entre las cuales -según el Apóstol- figuran ‘discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias…» (Ga 5,20). Se trata de un conjunto de obstáculos que son, ante todo, interiores, y que impiden la paz del alma y la paz social. Precisamente porque transforma las disposiciones íntimas, el Espíritu Santo suscita un comportamiento fundamental de paz también en el mundo» (n.4).

Para obtenerlo, pues, se requiere suscitar interiormente su deseo e imploración, al mismo tiempo que un compromiso. «El cristiano debe empeñarse en secundar la acción del Espíritu Santo, alimentando en el alma las ‘tendencias del espíritu que son vida y paz’ (Rm 8,6)» (n.7).

Y concluía: «Las sugerencias del Espíritu Santo van en el sentido de la paz, no en el de la turbación, la discordia, la disensión y la hostilidad frente al bien. Puede haber una legítima diversidad de opiniones sobre puntos particulares y sobre los medios para alcanzar un fin común; pero la caridad, participación en el Espíritu Santo, impulsa hacia la concordia y la unión profunda en el bien que quiere el Señor. San Pablo es categórico: ‘Dios no es un Dios de confusión, sino de paz’ (1Co 4,33)».

Pero esto no se limita a los cristianos. Aunque «vale, obviamente, para la paz de los ánimos y de los corazones en el seno de las comunidades cristianas», «cuando el Espíritu Santo reina en los corazones, los estimula a hacer todos los esfuerzos por establecer la paz en las relaciones con los demás, en todos los niveles: familiar, cívico, social, político, étnico, nacional e internacional. En particular, estimula a los cristianos a una obra de mediación sabia en la búsqueda de la reconciliación entre las gentes en conflicto y de la adopción del diálogo como medio que hay que emplear contra las tentaciones y las amenazas de la guerra» (n.8).

El notable episodio que tendrá lugar en el Vaticano este domingo es una aplicación de lo que san Juan Pablo II había enseñado ahí mismo hace más de veinte años.

Publicado en el blog Octavo Día, de El Universal (www. eluniversal.com.mx), el 6 de junio de 2014. Reproducido con autorización del autor: padre Julián López Amozorrutia.

 

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