Por Jorge Traslosheros H. |

Francisco realizó su visita pastoral a Corea del Sur y, poca sorpresa, nos volvió a sorprender. Encomendó a los obispos coreanos, y en ellos a todos los católicos, ser custodios de la memoria y de la esperanza. Lo hizo porque es el sucesor de Pedro cuya tarea, encomendada por Jesús, es llevar el Evangelio al mundo y confirmar en la fe a nuestros hermanos en Cristo.

Como sucesor de Pedro dio aliento a los trabajos de la Iglesia en Corea, cuyo impresionante dinamismo ya la ha convertido en misionera. Nuestros hermanos coreanos son ejemplo y también oxígeno, por qué no decirlo, para las Iglesias europeas de cuya soporífera vida tanto se lamentó Benedicto XVI, como lo son para nosotros latinoamericanos hambrientos de esperanza.

Francisco, por ser fiel a su ministerio, confirmó su posición como líder global. Sus palabras denunciando la cultura de la muerte y la globalización de la indiferencia resonaron con fuerza, así como su llamado a la paz entre las dos Coreas. Los dictadores del Norte injertaron en pantera y lanzaron amenazas acompañadas de misiles, en señal inequívoca de que recibieron el mensaje porque atendieron a sus palabras.

Francisco encomendó a los obispos ser custodios de la memoria, no como afición de anticuarios, sino como transmisores a las nuevas generaciones de lo más valioso de una Iglesia efectivamente encarnada en su cultura, como la fuerza vital de una comunidad fundada por laicos, cuyo conocimiento de la fe les llegó a través de los cristianos de China, a su vez discípulos del jesuita Matteo Ricci. Por esta razón el Papa, custodio de la memoria, beatificó a 124 mártires coreanos. A la ceremonia asistieron, según reportes confiables, cerca de un millón de fieles de una Iglesia que cuenta con cinco millones de católicos, para constituirse ya en el cuarto pueblo con más beatos en la historia de la Iglesia, en su mayoría mártires. ¿Quién dijo que el cristianismo no florece en Asia?

Los católicos, señaló el Papa, deben ser también custodios de la esperanza, de igual manera, agregamos, en que el manifestador muestra a Cristo en la eucaristía. Esperanza que impulsa el anuncio del Evangelio, la proclamación de Cristo muerto y resucitado, siempre en diálogo con las diversas culturas asiáticas en las cuales ha de encarnarse y cobrar plena vida, no como quien conquista dijo Francisco, sino a través del encuentro con los hermanos.

El Papa llamó a la esperanza con palabras llenas de fuerza y también en pequeños gestos, tan suyos. Entre otros debemos mencionar: la oración ante el Memorial de las víctimas del aborto; la reunión con las mujeres forzadas a la prostitución durante la ocupación japonesa; el bautismo impartido a un padre de familia que exige justicia, con muchos otros, por la muerte de su hijo en el absurdo accidente de una embarcación; en su visita al hogar que da cobijo a personas con discapacidad.

En ese albergue quedó plasmada la imagen del Papa fundiéndose en un abrazo entrañable con un pequeño con síndrome de Down, cuya sonrisa parece decirnos: “¿lo ven? ¡todos somos capaces de Dios!” Un niño marginado por la cultura del descarte quien, ante la mirada de Jesús, se convierte en el auténtico custodio de la memoria y portador de la esperanza. De los pequeños se vale Dios para confundir a los intelectuales y poderosos, pues sólo la Cruz puede juzgar la sabiduría del mundo.

jorge.traslosheros@cisav.org
Twitter: @trasjor

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