Por Mónica Muñoz |
Estamos, increíblemente, a mitad del primer mes de 2015. Por cierto, estas fechas nos indican que debemos estar trabajando arduamente en los propósitos de año nuevo que cada 365 días nos imponemos y que, conforme pasan las semanas, se transforman en pesadas cargas.
Así, muchos entusiastas llenaron los gimnasios al comenzar enero, y creo, sin temor a equivocarme, que perseverarán un tiempo, con seguridad, poco más allá del 2 de febrero, en lo que pasan los tamales del día de la Candelaria y se deshacen del sentimiento de culpa que les generará haberse atracado de esos deliciosos manjares y después, poco a poco irán abandonando los templos donde se rinde honor al cuerpo atlético.
Otros más, con valor espartano, aguantan sin emitir queja el deseo de echarse un cigarrito, sin embargo, en la primera reunión con los amigos fumadores sentirán que están pasando por la prueba de fuego. Por supuesto, serán dignos de felicitación si atraviesan el difícil trance sin ceder a la tentación, pero, si su voluntad es débil, tendrán que renovar el propósito para el siguiente año.
De esta manera, propósitos y buenos deseos llenan nuestras mentes y listas cuando nos decidimos a iniciar un nuevo ciclo, en el que, lo que ocurre realmente, es que nosotros mismos nos estamos dando otra oportunidad para empezar de nuevo. Todos tenemos en nuestra vida algo a lo que deseamos dar borrón y cuenta nueva. Por eso es sumamente útil escarbar en nuestra conciencia y ser sinceros con nuestras personas, nadie más que nosotros sabemos lo que queremos hacer y lo que quisiéramos no haber hecho. Lo importante es levantar la mirada y ver hacia adelante. El perdón debe provenir de adentro, de lo más íntimo de nuestro ser, por eso, quienes somos católicos, debemos dar gracias a Dios por el don del sacramento de la Reconciliación y pedir al Espíritu Santo que nos permita hacer un buen examen de conciencia y luego, una buena confesión.
Porque creo que de nada nos sirve ir por la vida solamente haciéndonos viejos, sin dar a nuestra existencia un motivo para despertar cada mañana, o bien, amargando neciamente a nuestros semejantes y dejando ir la oportunidad de pulir nuestro carácter.
Estoy convencida de que Dios, a cada uno nos ha embellecido con virtudes y talentos que tenemos que aprovechar para nuestro bien y el de nuestros prójimos, por eso, conforme transcurre la vida, debemos convertirnos en personas de trato exquisito, a quienes dé gusto invitar a pasar un rato en su compañía. Esto me viene a la mente porque es una tristeza ver más menudo que las personas mayores se vuelven estorbos para sus hijos, y muchas veces es porque ya no los toleran, siendo ésta una gran injusticia, cuando de enfermedad se trata, pero si es por culpa del áspero carácter, bien puede hacerse algo al respecto.
Pensemos en perseverar en nuestros propósitos y agreguemos a la lista un cambio en nuestro carácter, eliminando los defectos que nos afean y pidiendo a Dios que nos ayude durante todo el año a permanecer firmes a nuestros compromisos.