Por Antonio MAZA PEREDA | Red de Comunicadores Católicos |

Debo reconocer que en este tema no puedo ser imparcial. Mi abuela fue maestra rural. Varias de mis primas y mis hermanos son o han sido maestros. Yo empecé a dar clases a los 18 años, y hasta la fecha sigo siendo profesor; siempre de tiempo parcial. De modo que usted, estimado lector o lectora, debe considerar que tengo un sesgo a favor de los profesores.

No estoy de acuerdo, sin embargo, con los métodos que están usando algunos docentes. No puedo estar de acuerdo con la violencia, no puedo estar de acuerdo con usar la suspensión de clases como método de presión. El interés primordial de la nación son sus niños;  su salud y educación son las necesidades fundamentales que hay que atender de la mejor manera posible.

Creo, sin embargo, que la Reforma Educativa fue desarrollada sobre las rodillas, sin un conocimiento profundo de las realidades del profesorado en nuestro país, y sin tomar en cuenta opiniones calificadas de quienes imparten educación y de las familias, quienes les confían a sus hijos.

Creo que es bastante obvio que hay que evaluar la educación. Yo puedo dar testimonio de qué, a lo largo de los años, los alumnos que me llegan vienen cada vez menos preparados incluso en las habilidades básicas, por ejemplo de la aritmética, de la comprensión de la lectura, y hasta en conceptos tan fundamentales como el concepto de cantidad. Y eso no es casual. Yo reconozco en  mis alumnos mucho esfuerzo y constancia; pero claramente estos conceptos básicos y los hábitos que facilitan el aprendizaje nunca les fueron impartidos de la manera correcta. Creo, por lo tanto, que hay que evaluar la educación. Pero no sólo a los docentes: hay que evaluar en primer lugar a quienes administran de educación pública de este país: los secretarios de educación federales y estatales. A quienes diseñan los planes de estudio. También a la estructura de la Secretaría de Educación Pública. Inspectores, directores de área, directores de las escuelas. Y, por supuesto, a profesores y alumnos. En algún momento se decidió que los alumnos tendrían pase automático al siguiente año escolar, con lo cual se dio un fuerte golpe a la calidad de los egresados.

Hoy se pretende evaluar únicamente a los maestros. Y cabría hacer muchas preguntas. ¿Cómo exigirles un alto nivel de competencia cuando se les impartieron clases en las Escuelas Normales y Universidades Pedagógicas con un nivel deficiente de enseñanza? ¿Cómo esperar que el profesor se mantenga actualizado, cuando no se le paga de manera que pueda sostenerse de modo decoroso y tiene que tener dos plazas o un trabajo adicional para que el ingreso le alcance?

Y, tal vez, la pregunta más importante: ¿para qué se está evaluando? Si escuchamos las declaraciones de los altos funcionarios del sistema educativo y de algunas ONGs dedicadas al asunto, parecería que el objeto de estas evaluaciones es cesar a los profesores que no las aprueben. Con lo cual, como era de esperarse, se ha provocado el temor y enojo de muchos maestros que ven en riesgo su medio de subsistencia.   El asunto es que no hay modo  real de cumplir esta amenaza. Se supone (y todavía no hay una certeza, aunque parezca absurdo) que tenemos más de 1 millón de maestros en las escuelas públicas. Supongamos que solamente el 20% fallara en las evaluaciones, lo cual sería un verdadero triunfo. ¿Dónde están 200,000 profesores preparados, de alta calidad y sin empleo, disponibles para llenar todas las plazas que dejarán desocupadas esos profesores ineptos? Simplemente, no los hay. Tristemente, y no sólo en este aspecto, las autoridades educativas tanto del sector público como el sector privado, han partido del concepto de que el profesor es una pieza intercambiable, abundantemente disponible en el mercado,  y que siempre habrá una gran oferta de profesores disponibles. La realidad nos demuestra que muchas de las plazas vacantes han sido llenadas mediante el pluriempleo de los profesores.

Por supuesto que hay una opción, pero no se ha hecho pública de una manera suficientemente clara. Ver a la evaluación como un sistema para ubicar el nivel de competencia del profesor. Una vez ejecutada esa ubicación,  diseñar los programas de actualización que sean necesarios para que los profesores verdaderamente se pongan al día. Posteriormente volver evaluar, encontrar las lagunas que hayan quedado en esta recapacitación, y volver evaluar.   Claro, podríamos encontramos a un plomero o un lechero que compraron la plaza y que, no importa qué cantidad de capacitación se le dé, nunca llegarán a estar en el nivel necesario. Pero no es el caso de la mayoría de los profesores.

Por supuesto, también es necesario emprender una revisión a fondo de la estructura de educación pública y, aunque algunos le moleste, también a la educación privada. La estructura no es todo, pero una estructura deficiente, con liderazgos improvisados, tampoco es la más conducente para que haya una alta calidad de la enseñanza. Y, finalmente, también es importante la capacitación de los padres de familia para que puedan acompañar, motivar y, dado el caso, presionar a los alumnos para que logren resultados superiores. Esto, me dicen, es el secreto de los excelentes resultados de los alumnos en Corea, Japón y China. El alumno no existe en el vacío, existe en el seno familiar. Nosotros, padres de familia, también debemos hacer nuestra parte para que los hijos sean exitosos en su educación formal. Y de esto, ni una palabra en la tan mencionada Reforma Educativa.

Tal parece, y no quiero pecar de suspicaz,  que hay algunos que hacen como que impulsan la Reforma, pero que con sus declaraciones públicas, y sus acciones sólo han logrado exacerbar el problema. Hay que reconocer que aquí ha habido toda clase de intereses. Intereses políticos, la compra de la paz a corto plazo a través de dar grandes cantidades de dinero a los líderes magisteriales, e incluso un cierto sector de la sociedad a la que le ha convenido que la población tenga una educación formal de baja calidad. Sin duda, ha habido a quienes les ha convenido que nuestra población se mantenga en la ignorancia. Y tal parece que algunos sectores autonombrados «progresistas» pretenden con sus tácticas de negar muchas horas de educación a los niños, lograr que la población siga en la ignorancia.

Yo creo que es  el momento de  hacer una sana autocrítica. Reconocer que hay cosas que modificar en la Reforma Educativa. Reconocer que se requerirá más de una Reforma y que tal vez necesitemos de un criterio general y varios pasos sucesivos de implementación, para aprender de los errores, e ir mejorando el proceso. Incorporar a los profesores y a los padres de familia de una manera pública y masiva en la discusión, no solo  de la Reforma en sí, sino del concepto de educación que este país requiere. Crear grandes metas nacionales para alcanzar niveles suficientes de educación,  como la mayoría de los países están planeando en este momento. Nuestros hijos no merecen menos. Y, para los que ya no alcanzaremos un sistema educativo reformado, hay que llevar a cabo una gran campaña de re alfabetización, de adquisición de habilidades básicas numéricas, lógicas y de análisis, de estudio y auto capacitación. Porque no podemos conformarnos con que los que ya no alcanzaron la Reforma se queden sin las habilidades mínimas para ser productivos en esta Sociedad.

Y, no menos importante, tenemos que aumentar el aprecio social por los maestros. No deben ser los profesionales peor pagados del país. No pueden ser usados como piezas intercambiables de bajo costo. Hay que apoyarlos, hacerlos crecer, sin tratarlos como villanos pero tampoco como víctimas. Tratarlos como la piedra fundamental que son para nuestra Sociedad. Como adultos. Como los seres pensantes que ayudan a que nuestros hijos sepan pensar.

@mazapereda

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