Por Rodrigo AGUILAR MARTÍNEZ, Obispo de Tehuacán |

Aprovechando los medios electrónicos, envío este mensaje desde el lugar donde me encuentro en ejercicios espirituales con muchos de los sacerdotes de la Diócesis de Tehuacán.

Los ejercicios espirituales son un tiempo en que hacemos un “alto” en el camino del trabajo ordinario para estar con Dios y platicar con Él sobre nuestra vida, nuestro ministerio pastoral. De hecho constituyen un tiempo privilegiado para todo bautizado que quiera renovar su fe y relación con Dios y los demás.

La casa es propicia: con agradables jardines, ambiente tranquilo, buena atención del personal, tanto religiosas como laicos, con tiempo y espacio para cumplir los objetivos de los ejercicios.

El padre que da los ejercicios es de la Arquidiócesis de México y ha elegido el tema de la Bula del Papa Francisco “El rostro de la misericordia”, con que el Papa nos convoca a un Año Santo de la Misericordia, a celebrarse a partir del 8 de diciembre de 2015 y hasta el 20 de noviembre de 2016. De modo que esto nos ayudará a prepararnos al Año Santo, para que luego ayudemos a vivirlo en las comunidades respectivas.

Dios Padre es misericordioso y clemente, por esencia y como actitud hacia todos. Dejaría de ser Dios si dejara de ser misericordioso. Pero en la actualidad se malinterpreta el sentido de la misericordia, como si fuera una condescendencia que incluyera debilidad. De hecho, en una oración de la Eucaristía dominical le decimos: “Oh Dios, (que) revelas tu omnipotencia sobre todo en la misericordia y el perdón”.  Al ser misericordioso, Dios sigue siendo justo, pero supera la justicia con derroche de amor, de ternura, de compasión. Es un amor “visceral”.

“Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre”, nos dice el Papa Francisco. Al ver y escuchar a Jesús, vemos y contemplamos la misericordia del Padre. Por misericordia, Jesús acepta asumir la condición humana, nace y crece en una familia concreta, la sagrada familia de Nazaret, y se entrega luego a ser Buen Pastor de todos para conducirnos a Dios Padre mediante su Cruz y Resurrección.

“Todos somos pecadores”, reitera el Papa Francisco; de modo que todos necesitamos de la misericordia divina. Acojamos esta misericordia divina para ser no tanto pecadores obstinados, corruptos, sino en proceso de conversión. Nuestra historia personal, familiar y social incluye muchos hechos y signos de la misericordia divina. “Eterna es su misericordia”, como recitamos en los hechos históricos que va relatando el Salmo 136, así también en nuestra propia historia que se vuelve historia de salvación.

Habiendo recibido la misericordia divina, a través de acontecimientos y mediaciones humanas, estamos llamados a ejercitarla con los demás, en familia y dondequiera que estemos, asumiendo la relación como en familia.

Al final del día, será saludable revisar las muestras de misericordia que hemos recibido y hemos dado.

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