Por Mónica MUÑOZ |

“No tengo por qué sentirme mal. Todo el mundo lo hace”.  Estoy segura que muchos de nosotros coincidimos con esta frase.  Y es que resulta muy cómodo pensar que, si la gran mayoría comete actos ilícitos, el que nosotros nos unamos a ellos lo convierte en algo permitido.

Y peor aún, pensamos que como ahora nadie se escandaliza porque las malas acciones se ven actualmente con indiferencia, ya son normales y hasta buenas. Y, desgraciadamente, hay que reconocer que eso ha sucedido en nuestro país por la grave corrupción que ha permeado todos los ambientes.

Pero para ahondar en el tema, debo acudir primero al diccionario.  Según la Real Academia de la Lengua Española, corrupción es “la acción y efecto de corromper” cuyos sinónimos son: “depravar, echar a perder, sobornar a alguien, pervertir, dañar”.

Y de eso, tenemos infinidad de ejemplos, pero pondré sólo algunos:

Antes se veía con malos ojos que las muchachas salieran embarazadas sin casarse; hoy hasta se les aplaude y les llaman “valientes”.  Nuestra sociedad, por lo tanto, se ha “echado a perder”, utilizando la definición de la RAE.  Por supuesto, mi intención no es discriminar a las madres solteras, aquí lo que es verdaderamente escandaloso es la situación de libertinaje que viven nuestros jóvenes, propiciado en gran medida por los gobiernos que promueven el uso del preservativo y los métodos anticonceptivos a temprana edad, despertando en ellos la curiosidad por experimentar actos sexuales antes de tiempo, y acudiendo de nuevo a la Academia de la Lengua, lo que han hecho es “pervertir” a nuestros jóvenes, en lugar de educar a los adolescentes en el respeto a su propio cuerpo y el de los demás, motivándolos a seguir estudiando para llegar a hacer de sus vidas algo útil para sí mismos y para la sociedad.  Sin embargo, ahora se ha vuelto tan común que las jovencitas dejen la secundaria por embarazos prematuros que ya ni nos sorprendemos.  Y por ende, las consecuencias que arrastran consigo: hogares rotos, padres que no están preparados para el compromiso de criar una nueva vida siendo ellos aún casi niños, hijos abandonados, drogadicción, pandillerismo, maltrato físico y psicológico y más.

Otro ejemplo es el tan conocido por muchos que, por evitar colas, multas, trámites engorrosos y pérdida de tiempo, entre otras molestias, acuden a la famosa “mordida”, en la que el corrupto no sólo es el que acepta el dinero sino también el que lo ofrece.

Uno más: el de aquellos que se encuentran algún objeto ajeno olvidado y se quedan con él, porque dicen desvergonzadamente que “lo que hay en México es de los mexicanos”.

Y no hablo de casos peores como la de quienes cobran cuotas por brindar “protección”, o los que hablan por teléfono para extorsionar a los ingenuos o los que lucran con el dolor y la necesidad ajena porque se trata ya de gente con la conciencia muerta, me refiero a ustedes y a mí, personas comunes y corrientes que nos preciamos de ser honradas pero que, a veces sin sentir, somos parte de esta vorágine de corrupción que sutilmente nos ha absorbido.  Por eso, que no nos extrañe que nuestro pobre país esté tan mal.  Si no nos convertimos en parte de la solución, seguiremos siendo parte del problema.  En nuestras manos está transformar nuestra realidad poniendo nuestro granito de arena. ¿Cómo? Haciendo lo que nos toca bien y de buen modo, ayudando a nuestro prójimo, comenzando con los más cercanos y modificando nuestra conducta, rechazando toda tentación de hacer las cosas “fáciles”.  Si todos nos comprometemos, poco a poco veremos el cambio. ¿Qué dicen?, ¿Se animan a unirse?

 

 

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