Por Felipe MONROY |

Después de un año de estancia en México, con cientos de reuniones con círculos sociales, fieles, obispos y con diversas autoridades mexicanas que se afirman católicos, tenemos que dar cierto crédito -y también tomar cierta distancia- a lo que el representante del papa Francisco, Franco Coppola, está diciendo sobre el país y sobre la Iglesia que aún suma una tremenda mayoría de la población: vivimos en un retraso notable.

Coppola ya lo había expresado en el 2016 cuando dijo a obispos que no alcanzaba a ver proyectos concretos de transmisión de la fe católica a los jóvenes; pero la respuesta de las estructuras eclesiales mexicanas se hizo práctica cuando se concretó la creación de la nueva dimensión de Jóvenes y Adolescentes del Episcopado Mexicano, también con los esfuerzos para estructurar las actividades juveniles católicas que existen en cada rincón del país y para participar colectivamente en los trabajos para el próximo Sínodo de la Juventud y, de hecho, desde octubre pasado y hasta octubre del 2018, la Iglesia mexicana vive el “Año de la Juventud”.

Pero durante su visita a Coahuila para participar de la ceremonia de ordenación episcopal y toma de posesión del nuevo obispo de Torreón, Luis Martín Barraza, el nuncio Coppola fue más directo: “Hay que reconocer que la manera de la Iglesia de transmitir la fe, de ayudar a su pueblo a crecer en la fe, es la misma desde hace 50 años… Ese es el problema, el Evangelio siempre es el mismo, pero la manera de pasarlo a las nuevas generaciones no ha cambiado”.

Los medios de comunicación interpretaron correctamente al salentino: “La Iglesia mexicana tiene medio siglo de retraso”. No es una crítica indolora, significa que en todos los espacios en los que el Nuncio ha participado no ha encontrado alguna acción que parezca actuar más allá de la inmediata coyuntura.  Sobre ello, Coppola ha criticado que algunos católicos busquen cambiar leyes para resolver el hoy pero que en seis meses se derogan sin que a nadie parezca importarle; también ha señalado que esa ‘masividad católica’ que presume ser el segundo país con más católicos en el mundo no significa nada frente a la cultura de la muerte y la corrupción que permea en toda la nación; ha dicho, en cada oportunidad, lo absurdo de una sociedad de innumerables tradiciones y sustratos cristianos que convive con incontables asesinatos, secuestros y crímenes impunes.

Personalmente, creo que Coppola hace una crítica más allá de la estructura eclesial, apunta a la cultura mexicana, al país en sí mismo: el retraso es sistemático, ideológico y religioso. Si del 84% de mexicanos (inmensa pluralidad de ciudadanos que se identifican católicos) ninguno ha logrado ver cuánto tiempo ha pasado, cuánto ha cambiado el mundo, es verdaderamente improbable que algún miembro de otro conjunto social sí lo haya hecho. ¿No acaso al ‘destape’ del precandidato del PRI a la presidencia de México se le llamó ‘ritual’, ‘liturgia añeja’? ¿Los partidos políticos estarán adaptándose a los cambios del mundo o buscan el poder bajo el mismo esquema anquilosado y predecible? ¿Qué decir de las instituciones de servicio público? ¿Cómo miran al futuro? ¿Porqué aplaudieron al director del IMSS, Mikel Arriola, por garantizar la viabilidad de la institución que vela por la salud de los mexicanos, tan sólo por dos años más? ¿Por qué cada ‘nuevo modelo’ o ‘nuevo sistema’ en México parece que va persiguiendo a modelos o sistemas que en mundo llevan funcionando varias décadas?

En efecto, vamos retrasados décadas, medio siglo quizá. Pero aceptar esta realidad no es claudicar en lo posible. Que la Iglesia católica en México muestra signos de anquilosamiento en algunas actitudes y lenguajes es cierto, ni siquiera hay que debatir, es evidente; sin embargo, hay audaces que miran los desafíos venideros, ponen la mirada en el futuro y abrazan la realidad con aceptación y cariño.

Para esos años de retraso: aggiornamento, no hay más. Luego, el horizonte del tiempo.

@monroyfelipe

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