Entre los poemas del español León Felipe figura uno titulado «¡Que pena!», en el que se resalta lo siguiente:
¿Quién lee diez siglos en la historia y no la cierra / al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha? / Los mismos hombres, las mismas guerras, /los mismos tiranos, las mismas cadenas, / los mismos farsantes, las mismas sectas / y los mismos poetas. / ¡Qué pena, que sea así todo siempre, / siempre de la misma manera!
La Palabra de Dios recuerda eso mismo: «Lo que fue, eso mismo será; lo que se hizo, eso mismo se hará: ¡no hay nada nuevo bajo el sol!» (Eclesiastés 1, 9).
Sin embargo, año con año la humanidad se soprende con algunos acontecimientos. Pero no porque sean esencialmente nuevos, sino porque ocurren en lugares donde no se veían, en momentos inesperados, con una mayor frecuencia o con expresiones contemporáneas.
En la Cuaresma de 2008 la prensa secular desinformaba dicendo que el Vaticano había estipulado «nuevos siete pecados»: violaciones bioéticas, como la anticoncepción; experimentos inmorales, como la investigación con células madre embrionarias; drogadicción; contaminación medioambiental; contribución a la brecha entre ricos y pobres; riqueza excesiva, y generación de pobreza.
Desde luego, ninguno de estos pecados es nuevo. Por ejemplo, antes nada se sabía de las células madre embrionarias, ni existían las píldoras anticonceptivas; pero los experimentos inmorales nunca han faltado, ni tampoco la pretensión de desvincular el encuentro sexual con la apertura a la vida.
Todo se repite. Este año ciertos países enfrentan conflictos violentos de carácter interno, por ejemplo Nicaragua, mientras que el año pasado fueron otras naciones las afectadas.
Como siempre, sigue habiendo hambre, enfermedades, tragedias, corrupción, etc. «En lugar del derecho, la maldad y en lugar de la justicia, la iniquidad» (Eclesiastés 3, 16). Es que «el mundo entero está bajo el poder del Maligno» (I Jn 5, 19b).
Pero precisamente «el Hijo de Dios se manifestó para destruir las obras del demonio» (I Jn 3, 8b). Y ésa es, como siempre, la gran tarea que el año que está terminando le deja a la humanidad para que la realice, ahora sí, en el año que le sigue: acabar con el mal, es decir, con el pecado. De otro modo la historia seguirá siendo repetitiva.
D. R. G. B.
TEMA DE LA SEMANA: LO QUE 2018 NOS DEJA DE TAREA
Publicado en la edición impresa de El Observador del 16 de diciembre de 2018 No.1223