Por Antonio Maza Pereda

La nueva propuesta de reforma educativa, presentada al Congreso en días pasados, presenta las marcas de un trabajo hecho sobre la rodilla, sin reflexión ni consulta. Con el ya famoso «error mecanográfico» de eliminar de un plumazo, de modo autoritario, la autonomía universitaria tan querida por los estudiantes y maestros de las universidades.

Ojalá la mayoría facciosa que hoy nos gobierna se allane a una discusión pública del tema más estratégico del momento. Porque si entendemos por lo estratégico los temas que atañen a lo sistémico y lo de largo plazo, la educación cumple sobradamente ambos requisitos.

Hay mucho que discutir y en su caso que modificar en esa propuesta. Ojalá se haga: el nuevo Congreso se ha distinguido por su precipitación y la falta de apertura a una discusión pública de los problemas fundamentales. Su 53% de votación, dicen ellos, les faculta para no escuchar otras posiciones. Pero, ¿hay congruencia en su propuesta?

Habría que empezar por aclarar si la congruencia es una señal de bondad. Porque Hitler fue congruente, hasta su muerte. Y sincero también: desde el principio, en su libro Mi lucha, estableció su plan de gobierno. A nadie engañó. Y también Stalin, Mao y Pol Pot fueron congruentes. Como lo fueron Gandhi, Churchill y Adenauer, solo por mencionar a políticos del siglo XX.

A reserva de analizarla más a fondo, la propuesta de Reforma es congruente con un modelo de país que quiere regresar a los años del llamado «desarrollo estabilizador» de los cincuentas y sesentas del siglo pasado. Un modelo volcado hacia adentro, con sustitución de importaciones, muy escaso comercio exterior y escasa adopción de tecnologías avanzadas. Con una clase media muy pequeña y un gran control del gobierno sobre la economía.

En ese escenario, ¿para qué necesitamos que nuestros jóvenes sean competitivos internacionalmente? ¿Para qué necesitan el dominio del inglés y del cómputo? ¿Para qué tener conocimientos avanzados en tecnología? En esa época, que algunos piensan que fue una era dorada, el sistema educativo era un sistema de adoctrinamiento, como dice Macario Schettino. Muy al estilo de las naciones de la órbita soviética. Con un libro único (y gratuito, para hacerlo aceptable), con mínima participación de los padres de familia y un férreo control de los sindicatos sobre el profesorado, a los que alguna izquierda llamaba «sindicatos charros» y que ahora les parecen aliados muy aceptables.

En esa era, la autonomía universitaria fue uno de los pocos dolores de cabeza de la dictadura perfecta. Muchos movimientos estudiantiles ocurrieron gracias a que había versiones diferentes de la gubernamental.

El más connotado, el movimiento del 68, tuvo mucho de su impacto por el enojo del estudiantado de la UNAM por el ataque a la autonomía, más que una visión democrática que hoy nos quiere vender cierta izquierda. Por eso, a MORENA no le importa la autonomía universitaria ni, por supuesto, la libertad de cátedra y de investigación.

Pero no se puede decir que sean incongruentes. Ni que nos hayan engañado. Todo esto ha sido claramente anunciado. Puede que muchos, incluso los que forman parte del mencionado 53% que apoyó a López Obrador, no acepten estos conceptos. Habrá que revisar a fondo la propuesta, debatir en serio sus consecuencias y no dejar que una consulta amañada la ponga en práctica. Pocos temas tendrán ese impacto en nuestro futuro y el de nuestros hijos y nietos. Todos debemos participar y opinar.

Publicado en la edición impresa de El Observador del 6 de enero de 2019 No.1226

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