Una participación en la JMJ deja grandes satisfacciones, cansancio y reflexión sobre el hermano que entrega su tiempo, el que brinda hospitalidad y el que hace un espacio para compartir, para vivir, por solo unos días en una comunidad llena de la presencia de Dios
Por Chucho Picón, enviado a la JMJ
Me quedo con el recuerdo de la gente de Pana- má; me quedo con su pueblo; me quedo con sus familias, que dieron todo, muchas veces compartiendo lo poco en cada hogar y familia que recibie- ron a los peregrinos; me quedo con su amor y ternura hacia cada ser humano que venía de lejos en busca del Vicario de Cristo, desde todos los continentes buscando el rostro y la voz de Dios.
Fueron los hogares y fueron las familias que hicieron posible esta JMJ en Panamá: literalmente los hogares y familias que recibieron a los peregrinos, adoptaron como hijos a jóvenes que no conocían y a quienes llenaron de un amor inigualable, inentendible.
Les abrieron las puertas de su casa y las puertas de su corazón. El panameño se convirtió en hermano del sediento, del hambriento, del cansado, y del que buscaba posada.
También me quedo con los jóvenes; me quedo con su energía, su fuerza, su coraje; me quedo con su alegría. De mirada pura, estos jóvenes no se cansaban de gritar, de correr, de brincar, ni de ondear sus banderas por las calles de la ciudad de Panamá; desde las siete de la mañana hasta las tres o cuatro de la madrugada festejaban la alegría y la gracia de Dios en sus corazones. Asistían a las catequesis desde temprano, y esperaban por horas y horas que pasara el Papa Francisco. Estoicos héroes de la juventud.
Me quedo con la gracia de Dios, que se hizo presente en cada momento de la Jornada Mundial de la Juventud, sobre todo en cada uno de los mensajes y encuentros con el Papa Francisco, que impactó los corazones de tantos, la mayoría jóvenes, pero también
de los adultos.
Me quedo con esa hermandad que es inigualable porque, a pesar de las nacionalidades y los diferentes escudos y banderas, unió a los jóvenes la fe católica, el Papa Francisco, la Virgen María y el anhelo de llegar al Cielo; por eso en la JMJ no hubo rivalidades, no hubo barras, ni riñas, sólo se propago el amor entre las naciones que tienen como bandera al Cristo Resucitado. Un pequeño Cielo en Panamá
se dibujó…
Panamá, sin duda alguna, no será la misma después de esta Jornada Mundial de la juventud; la Dubái de América por sus enormes torres y edificios modernos, por sus complejos e innovadores desarrollos inmobiliarios que impactan desde las alturas, con su isla artificial. Toda esta modernidad a veces contrastaba con algunas viviendas modestas.
Tendrán el reto de que no se apague el ánimo, el entusiasmo, la fiesta, el colorido de la gracia de Dios impregnada en este momento histórico que volvió a Panamá el corazón de la fe católica. Pero, sobre todo, Pana- má tendrá el reto de que la riqueza humana y espiritual se propague para todos sin distinción.
Me quedo con tantos colores, tantas banderas; me quedo con tantos gritos y porras; me quedo con tantos sacerdotes y religiosas de diferentes carismas; me quedo con los rostros de los jóvenes que traen esperanza y paz en el alma y dan al mundo un presente y un futuro mejor. Me quedo en corazón con el eco de esta JMJ.
Que haga eco también en cada uno de los que participaron. Y hagamos lo que nos toca: ser la juventud del Papa en nuestro país y nación. El «Pilón», decimos en México: se ve hermoso, muy hermoso Lisboa, Portugal, desde ahora: sus luces y la Virgen de Fátima ya esperan al Vicario de Cristo, esperan a Pedro y a miles de peregrinos que han comenzado a ahorrar.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 3 de febrero de 2019 No.1230