Por Mónica Muñoz Jiménez
“¡Qué torpe eres, vas a acabar con toda la vajilla!”, gritó exasperada una mujer a su padre, a quien accidentalmente se le había resbalado de las manos una taza, haciéndose añicos contra el suelo. Y, obviamente, no fue lo único que se rompió. El corazón de su anciano padre estaba sufriendo una vez más por el maltrato de su amada hija.
Esta es una escena que se repite a diario en muchos hogares. Cada día que pasa, la población de adultos mayores incrementa, lo cual, en cierto modo, resulta alentador, si lo vemos desde el punto de vista de la longevidad, pues la esperanza de vida ha escalado de nivel en nuestro país. Según datos del INEGI, en 1930 las personas vivían en promedio 34 años; para 2016, la edad aumentó a 78 años para las mujeres y en casi 73 años para los hombres.
Además, de acuerdo a la última encuesta intercensal realizada en 2015, en el que se contaron casi 120 millones habitantes en México, la población menor de 15 años representaba 27% del total, mientras que el grupo de 15 a 64 años, constituía 65% y la población en edad avanzada representaba el 7.2 por ciento. Estas cifras nos hablan de que, en pocos años, nuestro México se convertirá en un país con una mayoría de adultos y ancianos.
También hay que reconocer que nadie que llegue a esa edad lo hace sin haber perdido algunas de sus facultades, a lo mejor parte de su memoria inmediata, quizá habrá disminuido su velocidad para caminar y realizar otras actividades y sus articulaciones se estarán endureciendo. Reaccionan con lentitud, se toman más tiempo para actuar y platican lo mismo continuamente, por eso los más jóvenes se impacientan con ellos con facilidad.
Sin embargo, son un tesoro andante, porque van heredando su experiencia a sus descendientes, sus vivencias sirven a los pequeños para entender que la vida se transforma y que era diferente en épocas pasadas. Además es hermoso ver a los nietos disfrutar jugando con sus abuelos, quienes gozan indeciblemente a los niños de sus hijos. Comparten un modo diferente de ver la vida pero los marcará positivamente para siempre.
Las personas que todavía cuentan con la fortuna de tener a sus padres, deben entender que es un privilegio verlos a diario o por lo menos cada fin de semana. Desde luego saben que ahora ellos necesitan ayuda para hacer muchas cosas porque ya no pueden valerse por sí mismos, así que hay que ser amables y evitar hacerlos sentir mal, suficiente tienen con lo que sienten al verse debilitados día a día.
Por eso hay que recordar que la vida es corta y nuestros seres queridos se irán tarde o temprano, así que dejemos de lado las actitudes dañinas, amemos a nuestros ancianos, sean padres, abuelos, tíos o conocidos, pues apoyarlos y mejorar su calidad de vida nos dejará la satisfacción de haber hecho todo lo necesario para que sus últimos años sean felices. Además, pensemos en que algún día, nosotros nos veremos en la misma situación y requeriremos comprensión y paciencia de las personas más jóvenes, por eso hay que enseñarle a nuestros niños a ser compasivos con sus mayores, a no burlarse cuando no recuerden dónde dejaron las llaves, a tolerar sus arranques de enojo, a ser cariñosos y acompañarlos el mayor tiempo posible, a dejarlos expresarse y actuar con libertad. Cuidémoslos con el mismo amor con que ellos lo hicieron con nosotros y demos gracias a Dios por nuestros mayores, porque existimos y somos las personas en que nos hemos convertido, sólo por ellos.
Que tengan una excelente semana.