Por P. Fernando Pascual

Una característica de la existencia humana consiste en la apertura al cambio. Hay cambios que ocurren de modo fortuito, imprevisto. Otros se producen según leyes férreas de la física y del mundo natural. Otros son, al menos idealmente, proyectados y orientados por el hombre.

La educación se coloca en el tercer grupo de cambios: aquellos que surgen desde la búsqueda de un modo diferente de ser. ¿En qué consiste ese modo de ser? En la adquisición de un saber, o de una habilidad, o de una competencia, o de otras cualidades que, según se piensa, mejoran al educando.

Lo anterior puede parecer demasiado abstracto, pero se hace mucho más asequible cuando ponemos ante nosotros cualquier actividad educativa. Aquí enumeramos algunas a modo de ejemplo.

Una madre enseña a hablar a su hijo pequeño. El hijo todavía no domina el lenguaje, quizá le falta autocontrol en los movimientos de la boca, de la lengua. Pero la madre sabe que palabra a palabra, frase a frase, es posible que su hijo adquiera algo nuevo: la capacidad de entender a otros y de expresarse.

Un niño va a la escuela. Encuentra ante sí programas, aulas, profesores, compañeros, libros, instrumentos electrónicos. Sus padres, sus maestros, la sociedad, esperan que progrese, que adquiera conocimientos y habilidades, que cambie para mejor.

Un joven (o un adulto) lee un libro, consulta páginas de Internet, pide una cita para resolver un problema o para dar respuesta a una duda intelectual. Desde su misma interioridad, se convierte en un protagonista de su propia educación, al acoger y dar cabida a lo que otros le ofrecen.

La lista podría ser mucho más amplia, pues debería incluir no solo las dimensiones intelectuales, sino también lo que se refiere a prácticas manuales, a habilidades profesionales, incluso a las reglas de conducta y a la ética. El ser humano está abierto, continuamente, a acoger influjos del exterior y a avanzar hacia lo que es visto como mejora.

En todos y en cada uno de estos eventos, con mayor o menor conciencia, subyace un modo de concebir la existencia humana, según el cual estamos abiertos a cambios, a procesos, a novedades, que normalmente se orientan hacia lo que es visto como mejora.

Surgen en seguida las preguntas: ¿realmente las novedades y los cambios que se buscan en la educación son buenos, llevan a mejoras? ¿Según qué criterio se indica que es mejor conocer esto y es peor no conocerlo? Y con la palabra «esto» puede incluirse una lista casi interminable de contenidos y habilidades.

Responder a esas preguntas no resulta fácil, y algunas de las respuestas son muy diferentes entre sí, incluso contrapuestas. Pero lo que resulta innegable es el hecho de que todo acto educativo implica emprender un camino orientado a alcanzar algo nuevo, distinto, considerado como «mejor», en quien es educado.

Por favor, síguenos y comparte: