La Cuaresma, que inicia el próximo miércoles, es un tiempo sagrado para los cristianos; y todo lo que es sagrado es bello.

La Iglesia, como todos los años, esta vez también invita a sus hijos a unirse a Jesús en su retiro en el desierto. La aridez, la austeridad y la sequía del lugar hacen pensar en todo menos en la belleza. Sin embargo, ahí está, escondida, pues el desierto ha sido en la historia de la salvación el camino que Dios ha venido escogiendo para purificar, guiar y proteger a su pueblo:

«Nos guió por el desierto, por estepas y barrancos, por tierra sedienta y oscura, tierra que nadie atraviesa» (Jr 2,6).

En el desierto Dios sacia la sed de su pueblo (cfr. Ex 15, 23-25; 17,6), lo alimenta con el maná (cfr. Ex 16, 1ss) y lo sana de las mordeduras de serpientes (cfr. Nm 21,4-9). De este modo, el desierto se convierte en un lugar donde Dios hace resplandecer su belleza, su misericordia, su fidelidad y su gloria.

Y, por si fuera poco, al inicio de su vida pública Cristo entra en el desierto. Ahí,como un anticipo de su victoria en la Cruz, derrota al diablo, al tentador. El desierto cuaresmal ha quedado entonces inundado de belleza, por lo cual este tiempo litúrgico no puede ser sino de alegría aunque al mismo tiempo sea de penitencias y mortificaciones voluntarias, sabiendo que hay una meta: la victoria final en la Pascua.

En otras palabras, la Cuaresma es una época de sobriedad y de santificación, no de tristeza. Por lo mismo, tampoco es para hacer alarde; de ahí que Jesús señala: «Y cuando ayunen, no pongan cara triste, como los hipócritas; porque ellos desfiguran sus rostros para mostrar a los hombres que están ayunando. En verdad les digo que ya han recibido su recompensa» (Mt 6,16-17).

Las privaciones y la disciplina de la Cuaresma son para la salud, la fuerza y la felicidad espirituales, no para las corporales ni las mundanas.

El que decida aceptar la invitación de emprender el camino de la Cuaresma también parte de esta hermosa certeza: que así como Jesús fue conducido por el Espíritu Santo al desierto (cfr. Lc 4, 1-2), igualmente la Tercer Persona de la Santísima Trinidad conduce a todos los cristianos que se adentran en este desierto; ¡y eso no puede ser sino causa de alegría!

Claro que en tal caso no faltarán las tentaciones, pero «fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas; antes dispondrá con la tentación el éxito para que podáis resistirla» (I Co 10, 13).

¡Que tengas, pues, una feliz Cuaresma!

Redacción

Publicado en la edición impresa de El Observador del 3 de marzo de 2019 No.1234

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