Por José Francisco González González, obispo de Campeche
El Evangelio de hoy, Juan 13,31-35 nos asegura que la única respuesta para formar parte del Reino de Dios es el amor. En eso, Jesús es el más convencido. La razón es que el amor es el modo de ser y de actuar de Dios. Los hijos de Dios, estamos llamados a reproducir la compasión de nuestro Padre. En no pocas páginas del Evangelio, Jesús señala que el amor es la ley fundamental y decisiva. Pero el amor no sólo es vertical, del creyente hacia Dios. Jesús sigue la sana tradición de su pueblo, y conecta el amor genuino en una dimensión también horizontal; es decir, hacia el prójimo. Y por eso, Cristo asevera: Cumplir la ley es amar a Dios y al prójimo. Todos los días, al final de la jornada, el judío creyente recitaba el ‘Shemá’ (Escucha Israel Dt. 6,4), oración donde se resalta la importancia fundamental de vivir el amor con todas las fuerzas. El ‘Shemá’ se une con el mandato del libro del Levítico: Amar al prójimo como a uno mismo (Lv 19,18). El amor lo relativiza todo. Si un mandato no se deduce del amor o va contra el amor, queda vacío de sentido; no sirve para construir la vida tal como la quiere Dios. Jesús establece una conexión entre el amor a Dios y el amor al prójimo. Son inseparables. No es comprensible ni coherente amar a Dios y no amar a los demás.
EL AMOR RESPETA LA DIGNIDAD
Para buscar cumplir la voluntad de Dios, lo principal no es adecuar leyes escritas en tablas de piedra sino en descubrir las exigencias del amor en la vida de la gente. Lo que atente contra el respeto de la dignidad del otro va contra Dios. Filón de Alejandría, un filósofo judío del tiempo de Jesús, escribe lo siguiente: “La adoración a Dios y la filantropía constituyen dos virtudes principales y gemelas “ (Virtutes, 51, 95). Pero otra cosa a no confundir es que el amor a Dios queda reducido por el amor al prójimo. Para Jesús, el amor a Dios tiene una primacía absoluta y no puede ser remplazado por nada. Ese el primer mandamiento. El amor a Dios no se disuelve en la solidaridad humana. Lo primero es amar a Dios: buscar su voluntad, entrar en su reino, confiar en su perdón. La oración se dirige a Dios, no al prójimo; el reino se espera de Dios , no de los hermanos. Pero, también, el prójimo no es un medio o una ocasión para practicar el amor a Dios. Jesús no está pensando en transformar el amor al prójimo en una especie de amor indirecto a Dios. Él ama y ayuda a la gente, porque la gente sufre y necesita ayuda, escribe un autor contemporáneo (J. A. Pagola). Jesús es práctico. Lo notamos en su quinto y último discurso en el Evangelio de Mateo (cap. 25).
AMOR ES PONERSE LOS ZAPATOS DEL OTRO
Queda pues claro que el amor a Dios no puede ser real sin hacer lo que Él quiere. El amor a Dios saca del egoísmo y del vivir encerrado en uno mismo, así como contra vencer la indiferencia hacia el sufrimiento de los demás. En este sentido, el padre Toribio Tapia B., quien nos dirigió los ejercicios espirituales al clero en enero, lo subrayaba reiteradamente con base en los textos bíblicos. La regla de oro, en este sentido, la cita Mateo: “Trata a los demás como quieres que te traten” (7,12). Esta regla no era desconocida en el judaísmo. Ya aparece en el libro de Tobías: “Trata a los demás como quieres que te traten” (4,15)
¡Amar es cumplir la ley entera, ama a Dios y ama a tu prójimo!