En El Observador -como periódico semanal no diocesano, hecho por laicos, profesionales del periodismo al servicio de la Iglesia (y, creemos así, de la buena información)— tenemos un punto de mira interesante para verificar cómo se están moviendo los periódicos diocesanos en México y tenemos, también, una responsabilidad asumida: establecer alianzas estratégicas no para suplantar a los medios diocesanos, sino para reforzar su enorme esfuerzo y su trabajo editorial.
Por ello -segundo año consecutivo— hemos realizado, con recursos propios, el Reporte 2019 de Periodismo Católico en México. La idea de fondo es saber quiénes son, dónde están, cuáles son sus alcances, sus límites, sus áreas de oportunidad, sus posibles alianzas, sus fortalezas, debilidades, amenazas y oportunidades narradas (esto es muy importante) por los propios periódicos y los periodistas que en ellos trabajan.
Los datos contenidos en este Reporte muestran algo fundamental: que existe una fuerza inédita para la comunicación (para la evangelización), y que a esa fuerza le hace falta más que reconocimiento, alianzas estratégicas para profesionalizar su modelo comunicativo.
El periodismo católico tiene que «ganarse su derecho de admisión» en la plaza pública, en la sociedad-red. No porque soy católico me van a leer; no porque soy bueno voy a conquistar un nicho de mercado; no porque me bendijo el obispo o me paga mi orden religiosa, ya no tengo que cumplir las reglas básicas del periodismo. El derecho de admisión al que me refiero está estrechamente ligado a la calidad de los contenidos ligados a la verdad. Tenemos mucho que aportar a un hombre -como el hombre actual—sediento de absoluto.
¿La misión del periodismo católico? Hacer -como diría G. K. Chesterton—que la Iglesia católica sea lo que es: «el hogar natural del espíritu humano».
Jaime Septién