La desinformación, la imposición de la tolerancia frente a la intolerancia de los discursos propios, los delitos de odio cometidos en pro de la bandera llamada «libertad», la falta de conciencia sobre la cultura de paz. Las ideologías totalitarias y el frenesí de la participación a partir de la violencia están delineando los llamados discursos de odio, donde todo ser humano debe tener cuidado con ello, dado que se reproducen de manera masiva y explosiva
Por: Mary Velázquez Dorantes
El discurso de odio tiene distintos escenarios, entre los que se encuentran las redes sociales, las manifestaciones, los colectivos, los grupos de choque, los medios de comunicación intencionados y necesitados de punto de venta. Los nuevos parámetros frente al odio están completamente alejados de las dimisiones éticas, y las configuraciones recogen a la intolerancia como una actitud y expresión de rechazo por las tendencias o incluso por el desprecio a lo diferente. Te presentamos cinco reflexiones que nos pueden ayudar a combatir el discurso que amenaza y reproduce el odio en la tierra.
Evita las palabras agresivas
Por sencillo que parezca, es necesario evitar las palabras que agreden, las palabras tienen poder, y son una carga de emociones. Cada una de nuestras declaraciones o de nuestros mensajes reafirman una fuerza lingüística que se transforma en un sentido social. Las redes sociales se han prestado para la difusión del discurso de odio: mediante el anonimato, los usuarios se escudan en la invisibilidad y difunden temas que afectan a la dignidad humana.
El discurso de odio tiene consecuencias graves y está amparado por la hostilidad, intimidación, el menosprecio. La cultura actual tendrá que aprender a prestar atención a lo que se pronuncia o escribe; la mayoría de los discursos de odio son una expresión colectiva que oprime y vulnera al otro, y no existe nada más grave que una palabra que agrede, ataca y violenta.
La ola de temas y problemas sociales que nos circunda es mucho más profunda que el cúmulo de opiniones, y frente a estos escenarios debemos argumentar nuestro discurso racionalmente y sin impulsos primitivos.
La violencia lingüística es terrorismo
El impacto de una bomba o de un crimen es tan mortal como la violencia del discurso. En la reciente década hemos sido testigos de la reconstrucción del lenguaje. La historia lingüística se ha visto transmutada por la desinformación y la manipulación de los discursos; es urgente evitar la propagación del tema en cualquier dirección.
Las llamadas guerras tuiteras son el reflejo de esta nueva ola terrorista. Nos atacamos con mensajes y con cada mensaje que se proclama a través del odio se sustituye la solidaridad, la justicia y la propia tolerancia de las que muchos han hecho leña. Los discursos de odio no cuestionan o reflexionan, juzgan y golpean duramente. La mayoría de los mensajes de odio responden a provocaciones, crean estereotipos, pluralizan asuntos de relevancia, son la incitación al odio de forma masiva.
Las redes sociales y su magnitud
La velocidad de las redes sociales hace a éstas fugaces y efímeras. No obstante, a nivel mensaje el discurso de odio tiene un contexto en determinado lugar y posición, la magnitud del mismo debería considerarse como una llamada de emergencia social. Internet no ha sido un medio únicamente para el intercambio de ideas; no es necesariamente el medio para la defensa de los llamados derechos humanos, es más bien el entorno digital donde se propagan millones de mensajes. En ellos se incluye la cultura de la violencia, y la despersonalización de los responsables.
Los hashtag son la clave para compartir y propagar mensajes. Algunos los llaman los «picos» de la tendencia. La mayoría de ellos vienen acompañados de un discurso extremo que cada vez preocupa más.
Una lucha silenciosa
Hay quienes desde sus escenarios han puesto la mirada y atención en el tema, y buscan que desde sus trincheras el discurso de odio disminuya. El empoderamiento de la palabra busca obtener herramientas adecuadas para no encender más la llama. Algunas ONG internacionales consideran que es una lucha silenciosa, donde la información es la clave, cuestionar y reflexionar los contenidos a fondo, sin interrupción o velos de duda.
El odio se propaga, y borrar las huellas que deja complejiza el fenómeno. Algunas empresas, como Facebook, Google, Youtube y Twitter están promoviendo el código de conducta, y buscan monitorear los ejercicios de los contenidos; sin embargo, aun cuando se retiran contenidos, surgen otros.
No es un caso aislado
Para colaborar a la disminución del discurso de odio tenemos que aprender a observarlo no como un hecho aislado. Debemos plantearnos seriamente el alcance y la gravedad del mismo, evitar compartir o dar «me gusta» a contenidos donde la ideología o el propio discurso se muestra como una estrategia de magnificación de los fenómenos, cuidar las emociones de las palabras y la subjetividad de los mensajes, todo aquello que produce menosprecio o animadversión es parte de un discurso de odio.
Evolucionar en conjunto con las tecnologías y los cambios también significa evolucionar en el respeto por la vida humana y los constructos lingüísticos que de ella emanan.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 8 de septiembre de 2019 No.1261