La mayoría de los papás y mamás de la actualidad dan excesiva importancia a la escuela de sus hijos, así como a las actividades extraescolares, aspirando a convertirlos en personas «triunfadoras», pero en el sentido mundano y material. Ésa es su meta.

Con esta visión, prácticamente no queda oportunidad para la formación espiritual. Y, de hecho, son escasos los progenitores que tienen como verdadera meta para sus hijos que sean santos a pesar de esta orden divina para todos los bautizados: «Sean santos, porque Yo soy Santo» (I Pedro 1, 16).

Hay padres de familia que creen que con meter a sus vástagos en escuelas de prestigio basta para que se conviertan en personas rectas, y que un colegio católico basta para que salgan cristianos.

Pero la función de las escuelas es sólo ayudar a los padres, no suplirlos en sus obligaciones.

LO QUE DEPENDE DE LOS PADRES

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2223) que «los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos», y que deben «subordinar las dimensiones materiales e instintivas a las interiores y espirituales». Traducido, debe importarles mucho más no que sus hijos sean ricos o famosos, sino que sean honrados, decentes y buenos cristianos; lo primero es más atractivo, pero lo segundo es esencial, pues «¿de qué le serviría a uno ganar el mundo entero si pierde su alma?» (Mateo 16, 26)?

El Catecismo señala que no sólo se debe guiar a los hijos, sino que es necesario corregirlos. Los padres tienen la obligación de:

  • Enseñarles la abnegación, el sano juicio y el dominio de sí (n. 2223). Obviamente, si los padres ceden a casi todos los caprichos de los hijos entonces no están cumpliendo este deber.
  • Evangelizarlos, y esto desde su más tierna infancia (n. 2224). Muchos no lo hacen so pretexto de «no imponerles a los hijos una religión», sino dejar que cuando sean adultos escojan. Y de hecho escogerán, pero para ello deben conocer, y los papás pueden ayudarlos dándoles a conocer la fe suya.
  • Educarlos para que crezcan en la fe mediante la catequesis, enseñarlos a orar y ayudarles a descubrir su vocación de hijos de Dios (n. 2225). La mayoría de los bautizados se quedan con la edad religiosa de cuando hicieron su Primera Comunión; es decir, crecen físicamente pero no espiritualmente, y esto tarde o temprano los suele llevar a una crisis que pone en peligro su salvación eterna.
  • Elegirles escuelas que los ayuden en su educación cristiana (n. 2229). Si bien no es fundamental estudiar en una escuela católica para llegar a ser un buen cristiano, sería absurdo escoger deliberadamente una escuela donde se sabe que a los hijos les van a enseñar cosas contrarias a la fe católica.

LO QUE YA NO DEPENDE DE LOS PADRES

Ser padre de familia es una hermosa pero muy difícil vocación, en la que se pueden cometer muchos errores:«El que mima a su hijo tendrá que curar sus heridas; y al oírlo gritar se le partirá el corazón» (Eclesiástico 30, 7).

Pero, aun cuando se tenga el mayor tino, cumpliendo fielmente los deberes cristianos y dando el mejor ejemplo al hijo, finalmente «el hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios; nadie debe ser obligado contra su voluntad a abrazar la fe» ( Catecismo de la Iglesia Católica, n. 160), de manera que éste, al crecer, puede, expresa o implícitamente, rechazar

a Dios.

Así, los padres pueden encontrar que sus hijos viven en medio de situaciones de pecado, como son: caer en las drogas, el alcoholismo, la pornografía u otros vicios; vivir en concubinato o en adulterio; adherirse a sectas; aprobar y/o adoptar el aborto, la anticoncepción, la homosexualidad, etc., o vivir como ateos.

AÚN HAY ALGO QUÉ HACER

Cuando las madres y los padres ya han perdido toda influencia sobre sus hijos para acercarlos a Dios, aún les queda un arma: la oración.

De hecho, como decía el padre san Pío de Pietrelcina, «la oración es la mejor arma que tenemos: es la llave que abre el corazón de Dios».

Santa Mónica, madre de san Agustín, es ejemplo de cómo, aun cuando parezca que ya todo está perdido, todavía se puede salvar a los hijos mediante la oración insistente (cfr. Lucas 11, 5-10).

Redacción

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