• Por supuesto que hay que orar cuando un hijo experimenta problemas de salud, escolares, laborales o materiales; pero es especialmente importante hacerlo cuando la salvación de su alma se encuentre en peligro. Además de orar, hay que señalarle sus errores: «Si tú no hablas con él para advertirle que cambie de vida, y él no lo hace, morirá por su pecado, pero yo te pediré a ti cuentas de su muerte» (Ezequiel 33, 8).
  • En realidad, siempre hay que orar y hacer penitencia por ellos, aun cuando todo parezca que está bien. Cuando sus hijos e hijas se juntaban para banquetear, «al terminar esos días de fiesta, Job los hacía venir para purificarlos: madrugaba y ofrecía un holocausto por cada uno, por si habían maldecido a Dios en su interior» (Job 1, 4-5)
  • Si los hijos ven que sus padres no se confiesan, no van a Misa, no rezan, no leen la Biblia, no guardan los Mandamientos y no se instruyen constantemente en la fe, lo más seguro es que ellos tampoco lo hagan, lo que los volverá más proclives a cometer errores, estancarse en el pecado y arriesgar la salvación eterna. Por eso «ustedes, padres…, edúquenlos con la disciplina y la instrucción que quiere el Señor» (Efesios 6, 4).
  • Los hijos necesitan menos cosas materiales, más amor y mucho más tiempo de sus padres, aunque esto sea difícil para el estilo de vida de las familias actuales. Aunque hoy se ve incluso con vergüenza que una madre se quede en casa a cuidar y educar a sus hijos —«ella no trabaja», se escucha decir, aunque el trabajo de ama de casa sea el más arduo de todos los trabajos—, esto es un mérito que Dios toma muy en cuenta: «La mujer se salvará si cumple sus deberes como madre» (I Timoteo 2, 15); es decir, quien educa a sus hijos en las virtudes cristianas se merece el Cielo.

TEMA DE LA SEMANA: CUANDO HAY QUE ORAR POR LOS HIJOS

Publicado en la edición impresa de El Observador del 25 de agosto de 2019 No.1259

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