Por P. Fernando Pascual

Es uno de los mayores misterios humanos: tocar lo bueno y convertirlo en malo. Pasa con el amor, pasa con la libertad, pasa con la tecnología, pasa con las fuentes de energía. Y pasa también con la justicia.

Uno de los modos en los que se usa (y abusa) la justicia de modo distorsionado, en beneficio del mal, para favorecer a unos y dañar a otros, consiste en invocarla de modo arbitrario, insuficiente, discriminatorio.

Ocurre cuando se dice defender a las mujeres (adultas) cuando se calla, muchas veces de modo cómplice, ante la muerte de seres humanos eliminados con el aborto, incluso cuando se eliminan sistemáticamente embriones y fetos femeninos.

Ocurre cuando se dice ayudar a los pobres que están en la calle cuando quedan casi por completo en el olvido los pobres anónimos que mal viven en sus casas y no tienen fuerza o valor para pedir asistencia y medicinas, para obtener comida y medios con los que conseguir un mínimo de higiene en sus cuerpos y en sus hogares.

Ocurre cuando se denuncian las ilegalidades cometidas por los de una tendencia política cuando se omite cualquier mención a las ilegalidades «de los nuestros», como si solo fueran relevantes unos delitos y otros no.

Ocurre cuando se rasgan las vestiduras ante los abusos de cualquier tipo cometidos por quienes pertenecen a una creencia religiosa mientras se ocultan los abusos de miembros de otras creencias.

Ocurre cuando gobiernos o grupos sociales dicen promover «memorias históricas» orientadas a denunciar y recordar los crímenes de unos al mismo tiempo que mantienen un silencio cómplice por lo que se refiere a los crímenes de los adversarios.

La lista podría ser larguísima, pero tiene siempre el mismo elemento común: abusar de la palabra justicia, dañarla de un modo contradictorio, para acusar a unos mientras se encubren los delitos de otros.

Porque si uno dice, sinceramente, que defiende la justicia, lo hará en serio. Es decir, buscará defender los derechos de todos, sean de este partido o del otro, de esta religión o de otra, de este sexo o del otro, nacidos o no nacidos.

No hay justicia verdadera cuando unos invocan esa palabra para solamente defender a unos mientras se ignoran, incluso se ocultan, las agresiones y daños perpetrados contra otros.

En cambio, habrá justicia cuando, de verdad, tengamos los ojos y el corazón abiertos y disponibles para defender a quienes han sufrido y sufren cualquier forma de abuso, discriminación arbitraria, injusticia.

El mundo necesita un baño de justicia. Hay millones de víctimas de las que no se habla ni en los parlamentos, ni en la prensa, ni en la literatura. Basta con pensar en tantos hijos matados antes de nacer, o en tantos ancianos abandonados a su suerte.

Por todos aquellos seres humanos que sufren una doble injusticia, la de un abuso y la del silencio de quienes podrían defenderlos, vale la pena alzar la voz y abrir los ojos de la gente para que consigan, también aquí en la tierra, recibir un poco de alivio, de consuelo y de justicia auténtica.

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