Vacaciones, entretenimiento, fiesta y diversión, comidas y bebidas, tareas y actividades escolares, relaciones sociales, afectos, regalos y objetos son la materia prima de los contenidos compartidos en las redes sociales; sin embargo, también son la materia prima de las frustraciones modernas. Pareciera que todo aquello que hacemos, comemos e incluso observan nuestros ojos debería publicarse, como una lista de actividades mensuales a la cual tendríamos que colocar una palomita de realizado.
Por Mary Velázquez Dorantes
Hemos cuantificado los hechos de vida, y la cotidianidad parece llegar como un paquete que no estamos esperando. Las nuevas generaciones están relativizando los momentos del mes, elaborando expectativas altas sobre la vida, enumerando la secuencia de los sucesos como si por orden de lista se deberían de ir cumpliendo.
Ante este escenario, la vida comienza a suceder y, en función de las novedades, las redes sociales anuncian nuestros actos; mientras que detrás de todo ello se asoma la frustración, la ansiedad y el colapso nervioso cuando el día «amenaza» a ser normal.
Los científicos sociales afirman que hemos perdido la noción de existencia y la hemos cambiado por una lista de deseos que se pueden adquirir como en el supermercado.
LA VIDA PROYECTADA
Existe algo llamado las redes sociales generalistas, donde damos cuenta de nuestra relaciones cercanas y no tan cercanas, donde anunciamos nuestras actividades sociales, económicas, deportivas, y de intereses comunes. El día comienza con lo que estamos pensando y aumenta el contenido en redes sociales de acuerdo con nuestra escala de necesidades por comunicar.
El día se vuelve productivo si conseguimos una buena selfie, o una historia o un hashtag que obedezca a lo que se realizó durante nuestra jornada.
Mientras que la vida no puede suceder dentro de la espera, porque si eso llegará a pasar estaríamos «incumpliendo» con las expectativas de nuestros seguidores, y el día se volvería monótono y con una gran posibilidad de frustración por aquello que no fue anunciado. A este fenómeno se le conoce como «la vida proyectada». Detrás de ello viene una lista de publicaciones que se resisten a no ser documentadas por las redes sociales.
Si todo lo que hacemos no se publicara aparecería la sensación de impotencia, en algunos casos de retraimiento y el hecho de no saber cómo recuperarnos frente a esta situación nos representaría dificultades para visualizar la existencia humana.
EL RETO DEL CHECK – LIST
La modernidad apareció un día con miles de contactos, las redes sociales se volvieron el nuevo diario de los humanos, y con ello nos llegaron las gratificaciones ilimitadas, esos estímulos a los que renunciamos justo antes de dormir. El ritmo de la vida nos cambió y nos colocó frente a los recursos de lo que somos y de lo que no somos.
El mundo digital nos anunció que todo aquello que nos circunda debe estar bajo un check list, y si no lo cumplimos entonces tenemos algo nuevo que hacer. De acuerdo con las estadísticas de consumo digital, el 77% de los usuarios conectados a internet sufre de nomofobia, el miedo irracional a no estar permanentemente conectados.
Por ello los adolescentes y jóvenes padecen de la falta de tolerancia a la frustración y eso mismo no nos permite que nos enfrentemos a la vida: si no está en lista de deseos lo evitamos a toda costa. No queremos molestias, ni incomodidades, percibimos de forma exagerada nuestros actos, y el malestar que nos puede producir alguna de las publicaciones realizadas se supera simplemente eliminando nuestro estado o historia. La gran tarea de nuestras listas también se vuelve un dolor de cabeza porque altera nuestra percepción de la realidad, aumenta nuestros niveles de estrés y desata nuestros monstruos de ansiedad.
UNA DIETA DIGITAL
La mayoría de los usuarios padecen «obesidad digital», consumimos altas dosis de contenidos tecnológicos y somos al mismo tiempo productores de ellos; los denominados gadgets nos invitan a publicar todo lo que nos sucede, interna y externamente, somos los llanos voyeur de las redes sociales y enfermamos comúnmente de envidia y frustración.
Nuestras actividades básicas se convierten en un foro abierto, y somos incapaces de reconectar con nosotros mismos. Todo esto es una alerta frente a la pandemia digital en la que vivimos. Nuestro yo real ahora es un avatar, con él elegimos compartir nuestras experiencias. Y un día cualquiera nos damos cuenta de que el sonido del WhatsApp nos altera, que los mensajes y las notificaciones nos estresan, y que la solicitud del mundo digital nos está enfermando. Nos parece pesado no conseguir las actividades de nuestra lista de deseos y, por lo tanto, estamos angustiados.
Entonces es momento de una dieta digital. Nuestra vida no es una lista de deseos para ser publicados. Nuestra vida requiere de calma, silencio, intimidad y el teléfono móvil no es la mejor herramienta para conseguirlo. Por lo tanto, debemos desconectarnos, sin anunciarlo, a través de un twitter; simplemente hacerlo y punto.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 29 de diciembre de 2019 No.1277