Por Mónica Muñoz
Hay que esmerarse para que el matrimonio se convierta en un «felices para siempre»
Escucho constantemente frases como «hay que cerrar ciclos»; cuando llegan los problemas, «hay que seguir adelante»; si ocurren eventos desafortunados, «no hay que mirar para atrás ni estancarse en el pasado»; lo mejor es «superar los malos momentos» y «continuar sin arrepentirse de nada». En fin, toda una serie de pensamientos que, aparentemente, son la fórmula de la superación personal; sin embargo, hay que tener cuidado cuando se trata de aplicarla.
Por ejemplo, cuando se trata de una situación de vida familiar y matrimonial, hay que hacer más allá de lo imposible para solucionar los problemas. En esta época en la que es tan sencillo solicitar un divorcio, no entiendo qué pasa entre las parejas que una vez se han prometido amor, respeto y comprensión, para que lleguen al extremo de odiarse.
Es una pena que causa sufrimiento a todos los miembros de la familia, sobre todo a los niños, que aman a ambos padres y no saben por qué ocurre la separación. Ahí, perdónenme si hiero susceptibilidades, pero no puedo estar de acuerdo en aquello de cerrar ciclos, porque no se puede dar por concluido un asunto de tanta importancia sólo porque alguno de esos «entrenadores de vida» venga con la ocurrencia de que, si no funcionó el matrimonio, a volar y a lo que sigue.
No es tan sencillo. Y es tan posible lograr que el matrimonio sea perdurable que hay ejemplos de personas que han vivido 50, 60 o hasta 70 y más años casados, con problemas, como cualquier pareja, pero siempre con la mente y el corazón fijos en el objetivo que los unió: vivir juntos y felices, hasta que la muerte los separe.
Por eso, contrario a lo que hacen todos los que dan malos consejos, puedo arriesgarme a enlistar cinco pasos que, indudablemente, ayudarán a echar a perder pronto cualquier matrimonio:
No platiquen sobre lo que les interesa, les hace felices o les lastima, no compartan sus sentimientos ni sus malestares, sus sueños y anhelos, y, para que sea más efectivo, dedíquense a ver el celular y a distraerse con cualquier cosa, haciendo sentir a la persona amada que todo lo demás es más importante que él o ella.
Guarden rencor por mucho tiempo y no perdonen nada, permitan que cualquier detalle les moleste y no lo manifiesten, hasta que llegue el momento en que ya no puedan más y estallen en discusiones interminables. Ah, para que amarre mejor, déjense de hablar y duerman enojados, sin resolver el problema.
Tengan amigos disolutos, de esos que les puedan presentar a otras personas que pongan en riesgo su matrimonio, y asegúrense de que los inviten a lugares de mala reputación, a bares de solteros o a espectáculos denigrantes que manchen la santidad de su vida matrimonial; esto es tan efectivo que en poco tiempo su relación se verá gravemente deteriorada.
Pierdan interés en su esposo o esposa, olvídense de detalles, como darse tiempo como pareja, o recordarse constantemente cuánto se aman o qué fue lo que los hizo enamorarse; de este modo, poco a poco caerán en la rutina y terminarán aburridos, preguntándose en qué estaban pensando cuando decidieron embarcarse en la aventura del matrimonio.
No planeen sus gastos ni sus ahorros, endéudense lo más que puedan, pidan créditos, saquen muebles, celulares, ropa, autos y cosas que verdaderamente no necesitan, a meses sin intereses; de este modo, pronto surgirán los pleitos por el dinero y su matrimonio naufragará más rápido que el Titanic.
Ahí le dejo, porque no acabaría. Obviamente, mi mayor deseo es que esta lista nunca se vea cumplida.
Que tengan una excelente semana.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 23 de febrero de 2020 No.1284