Por Sergio Ibarra
Pertenezco a la generación que le tocó vivir los asesinatos de John F. Kennedy, de su hermano Robert y de Martin Luther King; la revolución musical encabezada por los Beatles; los Juegos Olímpicos del 68 y el Mundial del 70; el movimiento estudiantil del 68; la llegada del hombre a la luna; el paso de perforar tarjetas a programar y usar el mouse hasta el internet; la globalización; la caída de la Unión Soviética, del Muro de Berlin y del PRI; el ataque a las torres gemelas; el enlace histórico de nuestras fuerzas armadas y las de USA; la existencia de dos Papas al mismo tiempo; el e-commerce… y muchos otros acontecimientos.
Ninguno de todos los anteriores tiene que ver con los que se han desatado en las 6 últimas semanas. Por una cuestión personal estuve en enero en Europa en la sede de la Comunidad Europea y no había la más mínima advertencia de lo que estaba por desatarse.
El coronavirus tiene su origen en el exterior del cuerpo humano, es decir, no se trata de una mutación que venga de nuestro interior. Es una molécula que se detectó en China desde 2003. No es letal si se detecta; sin embargo, ocasiona la muerte a quien está bajo de defensas por cualquier motivo. Su estructura le hace ser una molécula “pesada”, por ello su transmisión aérea sucede a una distancia menor a dos metros; sin embargo, vive en la palma de nuestras manos durante un tiempo. Se ha detectado que el jabón, ese que usamos en nuestros baños en casa, es el más efectivo para exterminarlo.
Un equipo del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, de USA, advierte de que el coronavirus permanece tres horas suspendido en el aire, cuatro horas en el cobre de las monedas, un día entero en el cartón y de dos a tres días en el plástico o en el acero inoxidable de una toma de agua. ¿Qué implica? Que no solamente se propaga en las manos, sino que puede estar en las monedas que nos den de cambio en cualquier comercio; también en un envase de cartón o de plástico o en cualquier toma de agua de un restaurante o de un baño público, como el de un aeropuerto.
Debido a lo anterior y a las evidencias de los buenos resultados de Corea del Sur para contener la propagación de esta calamidad, el aislamiento es el mejor antídoto, mas no el único. Cada envase que compremos de leche, de refresco o de un jugo o una caja de pañuelos desechables puede traer estas peligrosas moléculas. Hay que lavarse las manos una y otra vez. Al momento de la escritura de la presente se contabilizaban más de 15 mil fallecimientos a nivel mundial.
Es un asunto serio que requiere de eso, de seriedad. Basta de ocurrencias como poner a las fuerzas armadas al cargo de Hospitales del Sector Salud. No estamos en guerra, sino en una situación preventiva.
Enfrentamos un fenómeno que marcará nuestras vidas. Cuidémonos y cuidemos a los demás en estas semanas que siguen con un gran objetivo común: contener su propagación.
Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 5 de abril de 2020 No.1291