La incertidumbre amenaza nuestra vida, el conflicto amenaza nuestra existencia.

Por Mary Velázquez Dorantes

En tiempos revueltos persiste la incertidumbre y su influencia es tan fuerte que puede desbaratar al hombre moderno. No existe miedo más grande que aquel cuyo elemento es la duda frente a las crisis o los cambios.

No obstante, la incertidumbre siempre ha estado presente en nuestras vidas, y hoy más que nunca tendremos que aprender a lidiar con ella.

LA BÚSQUEDA DE LA CERTEZA

Asumimos posturas determinantes, englobamos todas las situaciones en una sola, nuestra mirada se vuelve centralista, y buscamos obsesivamente certezas en todo. La saturación de hechos y noticias amenaza nuestra inestabilidad, y produce una pérdida de identidad, futuro y realidad; por lo tanto nos hacemos frágiles y vulnerables.

Hemos soltado el timón de la fe en Dios para buscar certezas del mundo, y navegamos sin brújula, haciendo nuestros propios cálculos con el peligro de naufragar. Es importante reconocer que la incertidumbre está asociada con lo desconocido, por lo tanto nuestra realidad enfrenta ciertos riesgos, pero nuestro papel no es aumentar esos riesgos sino confiar en la misericordia de Dios. Hemos abandonado al Padre y estamos buscando en lugares también inciertos, de ahí que las consecuencias nos sobrepasen.

EL ABANDONO DEL SER SOCIAL

Estamos frente a una cápsula y cada una de las decisiones que enfrentamos en la vida cotidiana se pone a prueba.

Sin embargo, el hecho de ser sociales también nos ayuda a quitarnos la nube de la vista y abrazar al hermano como una parte fundamental de la existencia.

La incertidumbre amenaza nuestra vida, el conflicto amenaza nuestra existencia. Nos hemos descubierto débiles a causa de sentirnos fragmentados, y lo azaroso nos inmoviliza. Sin embargo, es tiempo de volver andar con la lección aprendida y, cuando veamos al hermano necesitado, entonces tenderle la mano, porque en nuestra condición de fragilidad hemos visto cuánto necesitamos del otro.

SIN EVITACIONES

No podemos caminar evitando nuestra sensaciones, pensamientos, actos y amenazas, tenemos que aprender a enfrentarlos, y, si es posible, cuestionarnos. El camino de la evitación nos llevará a cargar con un costal de dudas e inseguridades, y tarde que temprano nos va a cansar.

La realidad requiere que aprendamos a vivir de frente lo que sucede, tomando en cuenta que, cada vez que se evita algo, nos estresamos más, nuestras expresiones emocionales y nuestra vivencia emocional se colapsan, la incertidumbre alimenta la ansiedad y si la evitamos vamos a sufrir episodios lastimosos para nuestro ser.

La incertidumbre nos coloca frente a la agresividad o la sensación de estar en negativo. Tenemos que aprender a reconfigurarnos y dejar de evitar lo que amenaza y condiciona. Recordemos que la paz es el llamado a la felicidad y la evitación nos aleja de ese llamado.

Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 21 de junio de 2020. No. 1302

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