Por Jaime Septién

Platicando con el obispo emérito de Querétaro, mi admirado don Mario De Gasperín, llegamos a una conclusión sobre la pandemia: nos han robado, descaradamente, la narrativa de los hechos. ¿Quiénes? Una combinación no deliberada (no es un complot; es un robo natural dadas las condiciones de egoísmo que imperan en la sociedad humana actual) entre los medios de comunicación, las grandes organizaciones de la salud, los líderes mundiales (de todos los colores y sabores) y el miedo brutal que tenemos a la muerte propia (la del vecino nos deja fríos).

Solamente la voz del Papa Francisco ha logrado imponerse frente al vocerío y a los voceros “oficiales” de la pandemia. Y en la pasada Jornada de las Comunicaciones Sociales, con el extraordinario tino que le caracteriza, nos pidió a todos los medios, especialmente a los medios católicos, que narremos nuestras historias, las de los hombres y mujeres de buena voluntad, que creen en Dios, que se han encontrado con Jesucristo, que buscan la verdad y, lo más importante, que esa búsqueda los ha llevado a entregarse al prójimo como sinónimo de esperanza en tiempos de oscuridad.

¡Eso es lo que nos ha animado a volver a sacar El Observador en su versión impresa! Reducido a mínimos, con todas las condiciones de higiene, distancia social, protección del personal, aforo restringido a los templos, escasez económica, desesperanza y desconsuelo, pérdida de empleos y el etcétera propio de la catástrofe sanitaria y económica que nos han dejado dos grandes calamidades: el coronavirus, propiamente dicho, y el horroroso manejo de la crisis por las cabezas políticas de la inmensa mayoría de los países que componen nuestro planeta. 

El equipo de trabajo del periódico ha sido decisivo. Ellos saben (y Dios) lo que han sufrido, lo que han recortado su presupuesto, lo que están dando de sí para que esta empresa católica subsista… Volvemos con la fuerza de la fe. El padre Sertillanges definía ésta de una manera muy sencilla: “es la confianza frente a todo y contra todo”. Con esa fe en que el Señor habrá de proveer y cuidar de las obras que habitan en su Corazón, recuperamos nuestro puesto en la sociedad. No para imponer nada; para proponer una narrativa esencial: la del Evangelio de Jesús de Nazaret en la historia del Siglo XXI. La única narrativa capaz de colmar la sed de una ciudad, un país, un planeta sediento de buenas noticias.

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