Por Tomás de Híjar Ornelas
“Estábamos mejor cuando estábamos peor” Dicho popular
La noticia de la captura de José Antonio Yépez Ortiz, «El Marro», narcotraficante y huachicolero que encabezaba el Cártel de Santa Rosa de Lima, al que se achaca el asesinato de una diez mil personas y pérdidas económicas incalculables este 2 de agosto del 2020, no cierra, más bien abre, un capítulo más de la tragedia que se destapó al tiempo de iniciar, con el nuevo milenio, un cambio político que inició con su mandato, hace poco menos de dos décadas, Vicente Fox.
Me refiero, puntualmente, a la democratización de la vida social en un país que se mantuvo bajo el mandato de un gobierno que se auto etiquetó como ‘Nacional Revolucionario’ y después, por un intrincado juego de palabras, en ‘Revolucionario Institucional’.
Lo que vino luego algunos lo calificarán como 20 años perdidos para un proceso que pudo tener como paradigma la reforma de Estado, lo cual implicaba la convocatoria a un Congreso Constituyente y la limpieza cabal y absoluta de los pegotes del corporativismo clientelar que se consolidaron durante los últimos 70 años del siglo pasado.
Lo fue en el sentido de quedar cada vez más a la deriva el estado de derecho y sus instituciones, incluso las que durante largos años mantuvieron cautivo el control de la legalidad para sus intereses torpes. Pero nos dejó algo a favor que hemos administrado mal: la responsabilidad social, y especialmente lo digo por lo que a la identidad católica de los mexicanos respecta, toda vez que la institución vocacionada a darle rumbo no fue ajena al esquema de complicidades que en el ocaso del fin diseñaron estrategas de la talla de Carlos Salinas de Gortari y Girolamo Prigione, mancuerna que con el beneplácito de otros intereses a la alza en ese tiempo, abolieron de la Constitución, por obsoleta e inane, la legislación anticlerical, pero mantuvieron el esquema añoso que hizo posible a un país católico en la forma no serlo durante muchísimos años ante el derecho positivo.
Que un “católico” por su fe de bautismo como El Marro y otro por sus aparatosas acciones públicas, vejatorias, incluso del estado laico durante su gestión en Chihuahua, como César Duarte, se exhiban ahora como un botón de lo que no hemos hecho los que nos seguimos reconociendo como tales por México, es también un aliciente y estímulo para renovarlo todo desde una idéntica base: la de Jesús de Nazaret tal y como lo presentan los Evangelios y lo asume el resto del pueblo fiel que espera el cumplimiento de su doctrina: paz en la justicia, reconciliación y unidad desde la experiencia cotidiana de la fe.
Siempre estaremos a tiempo para enmendar el camino. Lo que se nos acaban son las oportunidades para que cada uno hagamos lo que nos toca, y como hijos de la Iglesia es mucho más que una boleta y un recuerdo o exhibicionismo histriónico vacío de contenidos.
Y como no podemos quedar más atados al narcicismo, al victimismo y al pesimismo, como hace muy poco lo recordó el Papa Francisco, en el marco de la pandemia que aflige al mundo y de los escándalos al por mayor del orden social conculcado en nuestro país, haciendo de tripas corazón, démonos a la tarea de aprovechar, incluso así, el paso del Señor por nuestra historia.
Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 9 de agosto de 2020. No. 1309