Por Ma. Elizabeth De los Rios Uriarte*

La palabra corrupción hunde sus raíces etimológicas en “rumpere” que es hacer pedazos algo, quebrarlo, etc, que, a su vez, proviene de “reup” que significa arrebatar. Al mismo tiempo, tanto la acción de romper como la raíz “arrebatar”, van acompañadas del prefijo “con” que alude a una acción realizada en conjunto. Así, vagamente, se puede enunciar que la corrupción es “la acción conjunta de romper” que implica, por un lado, al menos dos actores y la acción de resquebrajar. Llama también la atención la similitud fonética con la palabra “rape” que significa violación y con la palabra “rapto” que alude a secuestrar o arrebatar algo. Con esto, además, de ser la acción conjunta de robar, contiene la acepción de “violar” o “secuestrar”; es decir, implica, por un lado, la característica del uso de la fuerza o abuso de poder que penetra a otro y, por el otro lado, la de realizarse en lo oscurito.

Hay entonces tres elementos que identificar para atender las causas profundas de un acto de corrupción: 1) al menos dos personas involucradas (quien da y quien recibe) 2) se realiza a “escondidas” y 3) bajo el amparo del abuso de la fuerza o del poder penetrante. Con esto, podemos ya darnos una idea primera de qué hacer para desenquistar el grave problema de la corrupción en nuestro país.

Primero, castigar ejemplarmente a quienes cometen el acto, y aunado a esta sanción ventilar públicamente el acto de tal suerte que la vergüenza social sea más grande que la pena impuesta. Segundo, hay que fortalecer y reestructurar las funciones y las instituciones públicas para que el poder no sea sinónimo de abuso si no de auténtico servicio y tercero, educar en la honestidad y la transparencia.

Lo primero es una acción inmediata y nadie debe quedar impune frente a la justicia, lo mismo que ésta debe, en todo momento, ser imparcial y ciega. El caso de Guatemala en 2015 abrió vestigios de oportunidad para los países centro y sudamericanos; su hartazgo lo convirtieron en fuerza pública para señalar y sancionar las terribles redes de corrupción en todas las esferas del estado.

Lo segundo, fortalecer y reestructurar las instituciones de la función pública implica acciones intermedias que vayan otorgando escaños a aquellos que deseen legítimamente hacer de su cargo un acto de servicio y no un búnker de impunidad. La figura de un fiscal general goza de mucha anuencia para lo anterior y representa una posible vía de transformación pero éste debe ser alguien que no resbale al momento de impartir justicia y que no demuestre favoritismos, preferencias o inclinaciones políticas. En su nombramiento pues, radica su dificultad.

Por último, la educación en valores como la honestidad y transparencia es un camino a largo plazo, arduo sin duda y no libre de escollos perversos, sin embargo, parece ser la única salida realmente viable: no poner la mirada en el hoy si no en el mañana, en las generaciones que hoy adquieren ejemplos (más que conocimientos) y que terminarán haciendo lo que vean hacer en los demás. De aquí la importancia de apostarle a una nueva educación que no recaiga en manos de quienes hoy son señalados por aquello que intentamos erradicar, si no en una sociedad capaz de velar por los intereses de su país y de sus ciudadanos.

La primera y la segunda propuesta ataca las causas próximas e intermedias de la corrupción, la tercera, ataca la causa última que es la distorsión en las nociones de poder, riqueza y autoridad. Si el poder se entiende como medio de abusos y gozo de impunidad, si la riqueza se concibe a favor de unos cuantos para la satisfacción de sus deseos y caprichos individuales y si la autoridad se adquiere sólo por un nombramiento, entonces la corrupción si seguirá siendo, como afirmó Enrique Peña Nieto, un tema cultural en México.

Por último, cabe la reflexión que atiende a la definición dada al inicio: si la corrupción es el acto conjunto de romper algo abusando del poder y tras bambalinas, entonces, su erradicación debe convertirse en una acción, igualmente conjunta de reparar lo quebrado y con la autoridad del ejemplo, de forma pública y abierta. Quizá entonces lo contrario a la corrupción sea la común unión, la común construcción y la común educación.

* Doctora en Filosofía por la Universidad Iberoamericana.Maestra en Bioética por la Universidad Anáhuac México Norte. Licenciada en Filosofía por la Universidad Iberoamericana.Técnico en Atención Médica Prehospitalaria por SUUMA A.C. Scholar research de la Cátedra UNESCO en Bioética y Derechos Humanos. Miembro de la Academia Nacional Mexicana de Bioética. Miembro y Secretaria general de la Academia Mexicana para el Diálogo Ciencia-Fe.

Ha impartido clases en niveles licenciatura y posgrado en diversas Universidades. Cuenta con publicaciones en revistas académicas y de divulgación tanto nacionales como internacionales y es columnista invitado del periódico REFORMA.

Actualmente es profesora y titular de la Cátedra de Bioética Clínica de la Facultad de Bioética de la Universidad Anáhuac.

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