Asombrosa, increíble y extrema. Así es la vida de Donald, un chico norteamericano cuyas impresionantes experiencias lo llevaron al límite entre la vida y la muerte.
Redacción
Cuando era niño sus padres se divorciaron y Donald se quedó con su madre porque eran muy unidos. Mientras ella trabajaba estaba solo en casa frente al televisor. A los nueve años comenzó a relacionarse con malas compañías que lo invitaron a fumar. Y a los once años ya consumía mariguana y se emborrachaba con cerveza, cometía algunos robos y con mentiras se justificaba con su madre. Se acostumbró a salir de fiesta con sus amigos, con chicas, durante varias noches sin dar explicaciones.
Entre los 14 y 15 años se drogaba con cocaína y heroína, se relacionó con la mafia y transportaba para ellos dinero y drogas ilegales. Fue perseguido y apresado por la policía, varias veces fue a la cárcel y luego a centros de rehabilitación. Su madre vivía angustiada, devastada, no había encontrado la forma de recuperar a Donald. Hasta que un día, aconsejada por una amiga, fue a hablar con un sacerdote católico. Ella, al igual que su hijo, nunca había ido a la iglesia y desde entonces, se convirtió al catolicismo y diariamente iba a misa y rezaba el Rosario por él.
Donald no tenía idea de lo que hacía su madre, él seguía muy rebelde y comenzó a consumir LSD (droga alucinógena). Una vez tuvo una sobredosis con crack y apenas se salvó. Aun así, el joven de pelo largo y mirada perdida, fanático de la música heavy metal, continuó sumergido en las drogas y el alcohol pasando meses fuera de casa, sin rumbo, ya no le importaba nada.
Su encuentro con María, su madre
Una noche, cuando casi tenía 20 años, todo llegó a un punto crítico. Estaba en su casa, sus amigos lo llamaron para salir como siempre, pero Donald los rechazó a todos, no quería salir. Estando sólo en su cuarto, sentía que su existencia era ridícula, que su vida era un desperdicio y que se acercaba su fin; odiaba la vida y a la vez le aterraba la muerte. Para distraerse de sus abrumadores pensamientos salió de su habitación y buscó en la casa algo para leer, encontró un libro sobre apariciones Marianas, pero no sabía qué significaba eso.
El libró hablaba de una bella mujer llamada María que era la madre de Jesús, Donald no la conocía, sin embargo por curiosidad siguió leyendo, y así descubrió que María decía que también era su madre; mientras más leía más le atraía. Ella estaba llamándolo a un cambio de vida radical, a creer en Dios y a tener fe en su hijo Jesús. Durante toda la noche se dejó llevar y leyó el libro entero; estaba muy conmovido, sintió que se le ofreció una oportunidad, pero se preguntó: ¿Cómo podría cambiar alguien tan perverso, malvado y lujurioso como yo? ¿Podría ser perdonado? Estaba convencido de que era demasiado tarde para él, pero luego una frase lo impactó: “No tienes que cambiar para amarme, amarme te hará cambiar”. Al amanecer le contó a su mamá su increíble experiencia con el libro y quería saber más.
Ella lo escuchó asombrada e ilusionada, sus oraciones habían sido escuchadas y su hijo perdido estaba siendo rescatado por su Madre del cielo por la Misericordia de Dios. Esa misma mañana buscaron un sacerdote y Donald comenzó a confesarle todo, luego, el cura lo invitó a participar de la misa. Así, Donald entró a una iglesia por primera vez en su vida, no sabía que hacer durante la celebración, pero al momento de la consagración eucarística experimentó la certeza de la presencia viva de Jesús en el altar; fue una revelación divina. Entonces, comprendió que desde niño había consumido tantas cosas buscando esa trascendencia y aquí estaba la respuesta: Dios.
Al finalizar, el sacerdote le regaló un cuadro de Jesús y al volver a casa Donald fue a su habitación y lo miró: “me sorprendió que Él no me estaba mirando como si quisiera aplastarme, la imagen era de Él en un gesto de bendición. Me di cuenta de que era querido y amado por Dios. Todo lo que Él quería de mí no era una oración poética, sólo humildad: que me arrodille y le entregue mi vida y eso hice”.
Su vocación
Desde ese momento lo abandonaron los deseos que lo esclavizaban: las adicciones, la lujuria, todo lo insano que le habitaba. Su vida se transformó completamente; nunca más volvió atrás.
Pero esta historia no termina aquí, porque al poco tiempo Donald sintió el llamado a la vocación sacerdotal y luego de diez años de mucha preparación y discernimiento, finalmente se consagró sacerdote católico en el Santuario de la Divina Misericordia el 31 de mayo de 2003, en California.
“Muchas veces le digo a la gente que soy la prueba clara de la Divina Misericordia y que funciona. Hice tantas cosas malas y herí a tanta gente y aun así hay misericordia para alguien como yo. Y sí eso es cierto, que lo es, entonces para todo el mundo hay todo un océano de misericordia esperándonos. No importa en qué actividad descarada hayas estado involucrado o lo bajo que te sientas y lo desesperanzadora y sin sentido que pueda parecer la vida, Dios esta locamente enamorado de ti”.
Ahora, el padre Donald Calloway practica el surf disfrutando de la bondad de Dios, de su amor y de su infinita misericordia.
Fuente: Sagrada Familia Católica en YouTube:
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 29 de noviembre de 2020. No. 1325