Por Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro
“Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás”.
Esta es la fórmula tradicional que usa la Iglesia para el rito de la imposición de la ceniza al inicio de la Cuaresma. El texto nos invita a hacer memoria de lo que somos y a reconocer nuestros orígenes. “Acordarse” es volver a poner en nuestro corazón algo del pasado, quizá olvidado. En la Biblia significa no sólo un recuerdo del pasado sino volver a vivirlo. Actualizarlo, decimos. Es un retorno al momento inicial de nuestra vida y ver a Dios modelando nuestra materia prima, el barro de la tierra. Adán significa Tierra. Después viene el toque maestro, el soplo divino del artista. Una manera maravillosa de describir poéticamente nuestro origen y destino divino y humano.
Somos hechura de las manos divinas del Creador y sus huellas quedaron impresas en nosotros para siempre. Como el origen marca el destino, a sus manos cariñosas de artista volveremos. “Acordarse” es un verbo que abarca tanto el presente que llevamos sobre nuestras espaldas, el pasado amoroso del cual venimos y el futuro maravilloso que nos espera. Todo esto significa un montoncito de ceniza.
El cristiano, según san Pablo, es quien “se acuerda de Jesucristo resucitado de entre los muertos”, y que “si morimos con él, también viviremos con él”. No morimos en soledad, aunque sea en el hospital. Tengo presente la lección de aquella ancianita que, al imponerle la ceniza según esta fórmula tradicional, espontáneamente contestó: “Igualmente, padrecito”. A los olvidadizos la pandemia nos lo ha venido a recordar, pues polvo y ceniza indican el mismo final.
“Conviértete y cree en el Evangelio”.
Esta segunda fórmula la tomó la liturgia del inicio del Evangelio de san Marcos. Es una fórmula solemnísima con la que Jesús inició la Buena Nueva de la salvación. Es una invitación imperativa a dar el primer paso de regreso hacia Dios. Él conoce los pasos torcidos y las sendas oscuras por donde transitamos. Esta proclama es un eco de la predicación del Bautista cuando en el desierto ofrecía un bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados, y encaja perfectamente con el rito penitencial del inicio de la Cuaresma.
Es un aliento para dar el primer paso en ese largo camino ascendente hacia el monte de la Pascua del Señor. Esta segunda fórmula tiene un carácter fuertemente penitencial y menos antropológico que la primera. Quizá por eso es menos utilizada pero no menos urgente.
Cuando se introdujo esta fórmula, algunos presbíteros comenzaron a utilizarla pensando en su fuerte contenido penitencial y concluyeron que no debía impartirse a los infantes, puesto que no son pecadores. Al explicarle a una mamá que su hijito no necesitaba de este rito, replicó al sacerdote: ¡Pero, padre, también se va a convertir en polvo!”. Y le asistía toda la razón.
Aprendamos la lección
Estas pequeñas anécdotas sucedidas con ocasión de un rito tan sencillo como es el recibir sobre nuestras cabezas un puñado de ceniza, nos invitan a recapacitar cómo la gracia de Dios se esconde en un gesto tan sencillo, pero tan profundo, capaz de cambiar el corazón. “Un corazón contrito y un espíritu humillado, tú, Señor, no lo desprecias”, rezaba el salmista pecador. Tenemos toda la Cuaresma para agachar la cabeza, doblar las rodillas, descubrir ante el espejo de Dios nuestra desnudez, rompernos el corazón de dolor, enrojecer de vergüenza, descalzarnos los mocasines, dirigirnos al santuario, llamar a la puerta y mirarnos cara a cara con el Crucificado. Allí, de hombre a hombre, en silencio, escuchar, quizá por primera vez, lo que nos dice su corazón. Allí, si nos quedamos sin palabras, nuestra Madre nos ayudará a responder.
TEMA DE LA SEMANA: «CUARESMA CON LA CRUZ DE FONDO»
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 21 de febrero de 2021 No. 1337