La Biblia enseñan que, además del primer Adán, hay uno nuevo: “Adán, el cual fue figura de aquel que había de venir” (Romanos 5, 14). “En efecto, así es como dice la Escritura, fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el último Adán, espíritu que da vida” (I Corintios 15, 45). El segundo Adán es Jesús.
Dice el Catecismo que “es preciso conocer a Cristo como fuente de la gracia para conocer a Adán como fuente del pecado” (n. 388).
Es la doctrina del pecado original, dogma de fe definido en el concilio de Trento: “Si alguno afirma que el pecado de Adán le dañó a él solo, y no a su descendencia; (…) o que (…) sólo traspasó la muerte y penas corporales a todo el género humano, pero no el pecado, que es la muerte del alma, sea excomulgado”. Así lo dice la Escritura: “Por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5,12).
Pero se trata de una verdad tan impopular que se prefieren explicaciones políticamente correctas. En 2013, durante el programa de televisión australiano Preguntas y Respuestas, a un alto clérigo le tocó enfrentarse al conocido científico ateo Richard Dawkins. Preguntado el ministro sobre si el Paraíso y Adán y Eva fueron reales, respondió: “Adán y Eva son términos que quieren decir la vida y la tierra (…). Es una mitología muy sofisticada para tratar de explicar el mal y el sufrimiento del mundo”. Entonces el ateo le preguntó con impecable lógica: “Entonces, si Adán y Eva nunca existieron, ¿de dónde vino el pecado original?”; y a esto ya no pudo responder el prelado.
Lo que el pecado original significa es que Adán y Eva, por su rebelión, perdieron la perfección con la que fueron creados, y que padres imperfectos no pueden engendrar sino hijos imperfectos. Así, nacer con el pecado original es nacer en este estado de imperfección, faltos de la gracia sobrenatural.
Esto, que a primeras luces parece injusto para muchos, es en realidad una enorme bendición, pues si se puede heredar el pecado de Adán, entonces también se puede heredar la salvación en Cristo Jesús. Si el pecado original no se heredara, la Redención tampoco, y así el ser humano estaría irremediablemente perdido después de cometer cualquier pecado mortal en su vida.
Dice la Palabra de Dios: “Con el don no sucede como con el delito. Si por el delito de uno solo murieron todos, ¡mucho más la gracia de Dios y el don otorgado por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, se han desbordado sobre todos!” (Romanos 5, 15; cfr. 5, 17).
TEMA DE LA SEMANA: «EN LA CRUZ SE REDIME EL MUNDO»
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 21 de marzo de 2021 No. 1341