Después de cometido el pecado original, Dios dirige palabras a la Serpiente (Satanás), a la primera mujer y al primer hombre. A Eva, entre otras cosas, le menciona que su marido la dominará (ver Génesis 3, 16).

Esto muchos llegaron a interpretarlo como un deseo divino; o, al menos, como un castigo decretado por Dios, por lo cual nadie debía oponerse a dicha condición.

Juan Pablo II explicó que se trata de una consecuencia del pecado, de manera que este dominio “indica la alteración y la pérdida de la estabilidad de aquella igualdad fundamental, que en la unidad de los dos poseen el hombre y la mujer” (Mulieris dignitatem, n. 10). Por tanto, no es querido por Dios.

Históricamente, en la mayoría de las sociedades, y especialmente en las culturas del Medio Oriente, se relegó a las mujeres a una posición de inferioridad y subordinación. De ahí que el rey David haya tenido ocho esposas (I Crónicas 3, 1-9), y al menos diez concubinas (I Samuel 15, 16); mientras que el rey Salomon tuvo 700 esposas y 300 concubinas (I Reyes 11, 3).

Jesucristo, al proscribir el divorcio, también protege a las mujeres, que no tenían derechos hereditarios y que, en caso de ser repudiadas por sus maridos, quedaban en el máximo desamparo.

Mujeres en la historia de la salvación

Pero Dios no se conforma con eso, sino que en numerosas ocasiones ha hecho de las mujeres sus aliadas.

La intuición de Dios que tantas de ellas han poseído, las llevó a ser protagonistas positivas de hechos muy importantes en la historia de la salvación.

Y aunque la cultura israelita veía al varón como el mediador de la voluntad de Dios hacia la esposa, en contraste se ve en la Sagrada Escritura cómo el Señor pasó por alto a los esposos o demás guardianes y habló directamente con mujeres, con mensajes de vital importancia.

Ciertamente habrá algunas que no fueron conscientes de estar participando en los planes de Dios, pero que igualmente jugaron un papel relevante. Por ejemplo, la hija del faraón, que encontró en una canasta flotante a un niño hebreo al que salvó, adoptó y le dio el nombre de Moisés (Éxodo 2, 5-10).

Otras, incuso sin escuchar la voz de Dios, sí cayeron en la cuenta de que estaban colaborando en los designios divinos, y actuaron en fe, aun en medio de las más difíciles pruebas; como la viuda de Sarepta, a quien, a pesar de su extrema pobreza, Dios eligió para sustentar al profeta Elías (I Reyes 17, 8-16).

De estas dos mujeres, como de otras, ni siquiera se conocen sus nombres; pero su papel no se puede ni debe olvidar.

Sin embargo, la Biblia sí recoge los nombres de un buen número de otras colaboradoras de Dios, por ejemplo:

  • Débora, una profetisa y la cuarta persona que se desempeñó como juez de Israel antes de la monarquía (Jueces 4, 4-15).
  • Ester, hermosa doncella judía que se convirtió en la reina de Persia y de Media cuando se casó con el rey Asuero (Libro de Ester).
  • La judía Noemí, que tomó la providencial determinación de regresar del extranjero a Belén. Y su nuera moabita Rut, que, habiendo enviudado, decide seguir a su suegra con aquella inolvidable declaración: “A donde tú vayas, iré yo; y donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios” (Rut 1, 16). En Belén se casa con Booz y da a luz a Obed, padre de Jesé y abuelo del rey David.

TEMA DE LA SEMANA: “LA FUERZA DE LA MUJER EN LA BIBLIA”

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 2 de octubre de 2022 No. 1421

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