Por Jaime Septién

En verano de 2013 el jesuita Spadaro entrevistó al jesuita Bergoglio. Hablaron “en jesuita”. Recuerdo vivamente una especie de advertencia de Spadaro tras la entrevista: ojo, el Papa Francisco, es un hombre de “pensamiento incompleto”. Como buen jesuita: de pensamiento “abierto”.

Al paso de los años –y de haber rumiado esa frase–; de haberla cotejado en cada documento que nos regala Francisco, me doy cuenta de la importancia capital que tiene para el católico de hoy el “pensamiento incompleto” del pontífice argentino. Tomo un párrafo del mensaje de Cuaresma 2021:

“En este tiempo de Cuaresma, acoger y vivir la Verdad que se manifestó en Cristo significa ante todo, dejarse alcanzar por la Palabra de Dios, que la Iglesia nos transmite de generación en generación. Esta Verdad no es una construcción del intelecto, destinada a pocas mentes elegidas, superiores o ilustres, sino que es un mensaje que recibimos y podemos comprender gracias a la inteligencia del corazón, abierto a la grandeza de Dios que nos ama antes que nosotros mismos seamos conscientes de ello”.

Brevemente: si el corazón quiere inteligencia, la inteligencia quiere corazón. El corazón está abierto a los temores y los temblores de la condición humana; es un territorio que difícilmente se conquista con argumentos lógicos y con mandatos imperativos. Por ello es que Cristo se hizo hombre. Para que la Verdad, que es Él mismo, pudiera penetrar en nuestra carne y en nuestra sangre. La “inteligencia del corazón” es estar abiertos a la gracia. Y sabernos en camino.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 28 de febrero de 2021 No. 1338

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