Por Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro
Jesús convivió, como cualquier ciudadano, con el poder político de su tiempo. Conocemos lo referente a Herodes, el asesino de los Inocentes, por los relatos de la infancia, recuerdos de familia a cargo de María y de José.
Con el procurador Poncio Pilato Jesús experimentó el poder del imperio más grande de la historia que, pretendiendo cimentarse en el derecho, terminó doblegado ante los intereses personales. Los cristianos recordamos en el credo que Jesús “padeció bajo el poder de Poncio Pilato”. Herodes y Pilato marcaron el comienzo y final del destino humano de nuestro Redentor. Pero al joven Jesús, obrero en Nazaret y después predicador del Reino de Dios, ¿con quién le tocó convivir? ¿A quién pagó los impuestos? Los evangelios nos ofrecen datos y lecciones valiosas.
Herodes el Grande murió en Jericó. Repartió el reino entre sus tres hijos: A Arquelao le dejó Judea, Samaría e Idumea; a Herodes-Antipas, su hermano, Galilea y Perea; y al medio hermano de éstos, a Filipo, la Traconítide y el resto. Son nombres que aparecen en los evangelios. La mayor parte de la vida familiar y pública de Jesús transcurrió bajo el dominio de Herodes-Antipas, retrato perfecto del padre por su crueldad y malicia. Residía en las cercanías de Nazaret, bien conocido por tanto de Jesús. Buscó ser nombrado rey, no lo consiguió y se dedicó a intrigar: era el “informante” a Roma de la conducta del Procurador; por eso, con Pilato, no se podían ver. Asesino como su padre, supersticioso y libertino como nadie, promovió el juego del “rey loco” a Jesús en su residencia de Jerusalén durante la pascua. El misterioso silencio de Jesús fue la respuesta más tremenda de Dios a sus burlas. La cortesía de Pilato de enviárselo a Herodes, propició el restablecimiento de la amistad de ambos, y la ocasión de cobrarse el ninguneo que Jesús.
Ni de Herodes ni de Pilato nos dejó Jesús su juicio personal; lo tenemos en cambio de Herodes Antipas. Juana, mujer de su Administrador, era del grupo que apoyaba a Jesús. Algo sabría. Pero fue la fama de Jesús la que intrigó al tetrarca: “Cuando se enteró de todo lo que sucedía, quedó muy confundido, porque algunos decían que Juan el Bautista había resucitado de entre los muertos… Pero Herodes decía: A Juan lo decapité yo. Entonces, ¿quién es este de quien oigo decir todo esto? Y trataba de ver a Jesús” (Lc 9,7-9). Al poder siempre intriga la religión. La curiosidad insatisfecha irritó a Herodes y tuvieron que avisar a Jesús: “¡Tienes que salir e irte de aquí, porque Herodes quiere matarte!” Jesús les respondió: “Vayan a decir a ese zorro que hoy y mañana expulso los demonios y haré curaciones. Pero al tercer día habré completado todo” (Lc 13,31).
Había ya advertido Jesús a los discípulos que se cuidaran de la levadura de Herodes. Hay dos clases de levadura: la que amasa el ama de casa al calor del hogar, la hace crecer y la convierte en pan sabroso de vida. En ese hogar, dice Jesús, está el comienzo del Reino de Dios. La otra, la mala, es la que corrompe la masa y se cocina en el palacio de los poderosos y termina en la muerte. Fue la que usó Herodes en su banquete para asesinar al Bautista.
Levadura corrupta y mortal es el pan mal ganado y la dádiva humillante que envenena la conciencia. Zorro hipócrita y mañoso es el poder adquirido por medios ilícitos de quien, “siendo don Nadie”, ostenta arbitrariamente el poder. Son epítetos usados por Jesús para advertir el peligro que conlleva el poder y del cual sus discípulos se deben cuidar.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 18 de abril de 2021 No. 1345