Por Tomás de Híjar Ornelas, Pbro.

“Al fin, muero hija de la Iglesia” Santa Teresa

Poco después de haber cumplido 93 años de edad, 67 de ministerio ordenado y luego de 8 de sobrellevar con fortaleza achaques graves, dejó de existir, por causas naturales, el presbítero suizo – alemán, Hans Küng, el teólogo posconciliar más aclamado luego del Concilio Vaticano II.

Nadie mejor que él supo capitalizar desde su ámbito, la docencia en teología, la médula que trajo consigo el aggiornamento de esta asamblea eclesial, ni enfrentar con la mejor donosura las secuelas de ello: que en 1979 la Santa Sede le retirara la licencia para enseñar teología católica.

El título de esta columna va para un docente que dispuso para su epitafio esta frase: ‘profesor Hans Küng’, con la cual condensa la premisa de su vida longeva: el ejercicio magisterial.

Siendo el apenas fallecido profesor uno de los últimos eslabones entre una postura que desde tiempos muy añosos colocó al cristianismo en el vértice de las civilizaciones, al abrir a la razón, desde las universidades medievales, el reto absoluto –casi absurdo– de “entender” a Dios o, al menos, lo divino, con las solas luces de esta herramienta, no podemos menos que reconocer en su obra las huellas de la teología protestante (suizo al final de cuentas), gracias a lo cual pudo hacer del dato revelado un argumento sugestivo y personal para construir su propia teología con claridad, pertinencia, método, disciplina y congruencia.

El teólogo español que mejor puede hablar al respecto, Olegario González de Cardedal, que sí tiene elementos para hablar de su obra con dureza, dice de su afín, que “su gran ‘tentativa’ y su gran ‘tentación’” fue “plantear y plantar una visión de la Iglesia alternativa en puntos esenciales” al Concilio Vaticano II; que lo suyo fuerte fue entablar el “diálogo ecuménico con el ala liberal del protestantismo”, que se inclinó más por la Iglesia del Espíritu-libertad que por la Iglesia del Derecho-obediencia; que optó por la “indefectibilidad eclesial frente a infalibilidad personal”, colocándose así ante la coyuntura de una Iglesia que “termina siendo una comunidad de elección, y ya no una comunidad de institución a cuyo contenido objetivo más allá de las personas uno se adhiere al creer y ser bautizado”.

Para González de Cardedal y este escribano el libro más importante de Küng fue ‘Ser cristiano’ (1974), cuya debilidad, advierte don Olegario, consiste en confiar a la inteligencia del lector elegir para Cristo el perfil de uno más “de los profetas del Antiguo Testamento” de “los filósofos griegos o los místicos orientales”. Y concluye –también el que esto lanza–, reiterando que la Iglesia no una secta judía más que reconoce al mesías en el profeta de Nazaret, sino una comunidad de fe que confiesa “a Cristo como Hijo de Dios encarnado, en comunión de ser, vida y autoridad con Dios. Por eso habla de encarnación”.

Descanse en paz un pensador de muy honda cepa, que dedicó el fruto de su longeva existencia a echar las bases de una ‘Ética mundial’, anticipándose a lo que ahora hace, sin fisuras, el obispo de Roma, Francisco, el cual no vaciló en dirigirse a Küng, en una carta personal que le hizo llegar en el 2016, como “querido hermano”.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 18 de abril de 2021 No. 1345

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