Sus ideologías de empoderamiento la tenían alejada de la idea del matrimonio, pero poco a poco Dios la fue transformando

Por Viviana Cano

Por mucho tiempo en mi vida me apropié de ideas de aparente libertad, las cuales me llevaron a rechazar esos ideales y deseos profundos de mi corazón.

Sublimé mis deseos de casarme, en apariencia, porque si quitabas las capas de mi coraza, encontrabas mis deseos más genuinos de ser amada y hacer que ese amor perdurara toda la vida.

Como todos los seres humanos aspiraba a ser amada, en primer lugar, por Dios, en segundo lugar por otro, con quien pudiera complementarme.

Omití también la idea de tener hijos, era más importante la realización personal y material que la vida a la que Dios me llamaba. Mi corazón estaba endurecido, como una piedra.

Hoy en día me doy cuenta de que esas ideologías de empoderamiento que yo tenía grabadas, y que insistía en cosechar, sólo me alejaban de la Verdad. Pero, poco a poco, Dios fue transformando mi corazón y también el de mi esposo…

Nuestro camino de fe inició a partir de nuestra preparación para el Matrimonio. Ahí descubrimos que la Verdad para los cristianos es Alguien, no algo, por eso creo que las conversiones de fe se dan en experiencias personales en donde lo puedes escuchar y sentir.

El Sacramento del Matrimonio nos da esa bendición especial, esa promesa de acompañamiento, de protección como familia; lo visualizo a veces como un paraguas que nos protege.

Y fue así como Dios, por intercesión de nuestra querida Mater, fue tocando amorosamente nuestros corazones en este camino y preparándolo para todo lo que vendría.

Nuestras almas eran un desierto que Él está convirtiendo en un jardín; en donde su gracia está haciendo florecer esos deseos que estaban enterrados…

El Señor nos llevó primero a desear unirnos a Él y luego a contraer Matrimonio y después nos regaló el deseo profundo de la maternidad y paternidad.

Hoy mi esposo y yo damos gloria a Dios, porque permitió que nuestra conversión iniciara antes de tener a nuestros hijos. Él nos miró con mucha misericordia por intercesión de muchas personas, pero en especial por las oraciones de mi mamá.

Cuando llegó mi primer hijo, recuerdo haber tenido un sentimiento de alegría y a la vez de desconcierto, porque, a pesar de que sentía un gran amor por su llegada, tenía miedo de no saber ser familia, de no saber ser mamá…. ¡de no saber!

Pero por gracia de Dios, pude superar ese sentimiento y no tardamos mucho en concebir a nuestra segunda hija.

Hoy me doy cuenta de que los hijos cuestan, pero más allá de lo económico, cuestan porque es tan grande la gracia de Dios que te va despojando de aquello a lo que estás tan acostumbrada, pero que no necesitas cargar: de tu egoísmo, de tu comodidad, de tu vanidad, de tu pequeñez.

Pero, por otro lado, así como Él te va desprendiendo de todo eso, también te va haciendo fuerte y te va dando habilidades que nunca pensaste que podrías tener, te va llenando de virtudes.

Te da un amor que nunca habías conocido, te provee de fuerza espiritual, de tremenda fuerza física (a pesar del cansancio y el dolor), de esencialidad, de la habilidad de atender miles de cosas al mismo tiempo, pero sobre todo de fe y de esperanza.

Jesús, a través de la vida familiar, te va transformando, te va sanando.

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Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 4 de abril de 2021 No. 1343

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