Por Jaime Septién

Comienzan las campañas políticas. Candidatos de todos los colores y sabores van a intentar conquistar el voto de una ciudadanía cada vez más enfrentada. Cada vez más enojada. Se juegan 21,368 cargos. Los más importantes para todo el país: los 500 diputados federales.

México está frente a su destino. No podemos olvidar la historia ni los sinsabores que nos trajo el presidencialismo autoritario; el régimen de partido único. La joven democracia mexicana (apenas con 21 años de alternancia) debe ser reforzada, no echada a la basura. Entregar el poder a un solo hombre es enloquecerlo. Nadie puede con tanto. Los propios seguidores deben entenderlo así.

Cero nostalgia del “carro completo”. Avanzar en el fortalecimiento de los equilibrios. Pensar en el bien común. Ejercer, a través de la Cámara de Diputados, lo que es necesario para que el país no caiga en el abismo del pensamiento único: el control al poder político. El control al Ejecutivo. Al Presidente, para entendernos mejor.

También se resucita con Cristo en el plano social. Y esa resurrección invita a participar con el corazón, no con el hígado, en la construcción de un México más justo. “Echarse la Patria al hombro”, solía decir el cardenal Jorge Mario Bergoglio. Pensar en lo mejor para todos, no para mí. Abstenerse –pudiendo votar– es un egoísmo inmenso. Tres verbos: votar, orar y participar. Olvidemos “el mal menor”. Pensemos y actuemos por el “bien posible”, aunque sea modesto.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 4 de abril de 2021 No. 1343

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